A Relax Place
Frente a la entrada principal del Centro de Convenciones siglo XXI, en la ciudad "blanca" de Mérida, capital de Yucatán, se levanta la figura en bronce de un hombre de cara afilada y gesto adusto, que entre los brazos lleva un gato. "En mi corazón, siempre seré mexicano", dice la placa colocada a sus pies.
Yuri Valentinovich Knorozov pronunció esta frase al recibir en 1994 la Orden del Águila Azteca, la más alta condecoración que entrega el gobierno mexicano a un extranjero. En este caso, a un ucraniano nacido bajo el régimen soviético, que recibió la presea en la embajada de México en Moscú y ni siquiera conocía México.
Aquel hombre, de entonces 72 años, había descifrado nada menos que la escritura maya. Lo hizo cuatro décadas atrás, en los años 50, y a 10,100 kilómetros de distancia del territorio que ocupó el reino de los mayas, en la época precolombina.
Nadie antes que él había logrado descifrar la escritura maya jeroglífica, que durante 500 años se había mantenido silenciosa pese a las esforzadas investigaciones de expertos en los mayas de todo el mundo.
El primero en intentarlo fue un fraile franciscano de nombre Diego Landa, "un feroz inquisidor" que en el siglo XVI ordenó la muerte de miles de indígenas de la península de Yucatán y Guatemala, acusados de herejía. Mató a los indígenas, pero se quedó con sus códices y en 1566 escribió la obra La relación de las cosas de Yucatán.
El libro del franciscano, sin embargo, fue publicado recién en 1864 en París, gracias a una traducción al francés de Brasseur de Bourbourg, quien descubrió el manuscrito original perdido y olvidado en la Real Academia de la Historia de Madrid. Así llegaron los mayas a Europa.
Casi un siglo después, en medio de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, un joven soldado soviético, de apenas 21 años, se cruzó de manera fortuita con el libro de Landa en plena ocupación de la vencida Alemania nazi, en abril de 1945.
Aquel soldado del 580 Batallón de Artillería del ejército soviético era Yuri Knorozov, quien rescató de la Biblioteca Prusiana, en medio de la destrucción de Berlín, dos libros que llamaron su atención y cambiaron su vida: un ejemplar de La relación de las cosas de Yucatán y una edición facsimilar de Los códices mayas, edición de 1933 de los hermanos Villacorta.
Con ellos regresó a Moscú para internarse de lleno en los secretos de la escritura maya.
Knorozov era un genio. Cuando tuvo que alistarse en el ejército de su país, en 1941, era un estudiante de historia, aficionado a las aventuras de Sherlock Holmes, que tocaba el violín y tenía facilidad para el dibujo y los idiomas: había aprendido por su cuenta a leer en chino, árabe y griego.
Había nacido 19 de noviembre de 1922, el mismo año en que Rusia se convirtió en la Unión Soviética y devoró Ucrania, donde vivía su familia en la pequeña aldea de Yuznhy.
Fue el menor de cinco hermanos y desde niño exhibió una inteligencia precoz que sus padres, intelectuales de la época, alentaron con lecturas y música. Lo enseñaron, por ejemplo, a escribir con las dos manos para que ejercitara los dos hemisferios de su cerebro.
Tenía además una abuela actriz, conocida por su "dotes" de hipnotizadora, que lo influye en su interés por la mente y lo lleva, más tarde, a elegir como primera carrera la psicoterapia en la Facultad de Medicina en Járkov (hoy ciudad de Kharkov). Pero enfermo de la tiroides, el joven Knorozov renunció a esta carrera y terminó escribiéndose en historia.
Apenas dos años después de su ingreso a la universidad, estalló la Segunda Guerra Mundial y Knorozov tuvo que alistarse en el Ejército, a pesar de su frágil condición de salud.
Algunos dicen que esa fragilidad le salvó la vida, al mantenerlo alejado de los frentes de batalla. Sus tareas, dicen, era cavar trincheras y servir de maestro a otros soldados. Como sea, formaba parte de aquel ejército soviético que el 2 de mayo de 1945 levantó su bandera sobre Berlín, donde el joven soldado tropezó con los mayas.
La leyenda cuenta que Knorozov rescató La relación de las cosas de Yucatán y Los códices mayas de un incendio que consumía la Biblioteca Prusiana. Años más tarde, el aclaró la anécdota, en una entrevista.
"Es una leyenda. No hubo ningún incendio. Las autoridades alemanas prepararon la biblioteca para su evacuación y tenían que llevarla supuestamente a los Alpes, en Austria. Los libros colocados en cajas estaban en medio de la calle. Entonces escogí dos", relató.
Pasó algún tiempo antes de que Knorozov se internara en los secretos de los códices mayas.
Al volver a su país, en el otoño de 1945, cambió la historia por la etnografía en la Universidad Lomonósov de Moscú y emprendió expediciones arqueológicas y etnográficas a la región de Asia Central.
Allí se interesó por las prácticas chamánicas y los ritos ancestrales de la sociedad sufita, los musulmanes que practicaban su religión de manera secreta, a espaldas del régimen soviético.
Junto con sus estudios sobre el chamanismo, Knorozov se especializó en egiptología y en lenguas antiguas. Sus investigaciones llevaron hasta sus manos un texto que retó su inteligencia. Se trataba de un artículo titulado "El desciframiento de las escrituras mayas, ¿un problema insoluble?", escrito por el alemán Paul Schellhas.
Su lectura lo intrigo tanto que abandonó todo para dedicarse por completo al estudio de la escritura maya, a pesar de la oposición de sus maestros, asegura el doctor Pedro Jiménez Lara, académico del Instituto de Investigaciones Histórico Sociales de la Universidad Veracruzana y autor del artículo "La escritura mesoamericana y maya. Patrimonio epigráfico de los mayas".
Muchos pensaron que era demasiado joven e inexperto para emprender una tarea de esa dimensión. Su respuesta ante la incredulidad fue: "Cualquier sistema o código elaborado por un ser humano puede ser resuelto por cualquier otro ser humano". Su maestro Serguéi Tókarev confió en él y lo apoyó.
Knorozov comenzó por aprender español y conseguir los facsímiles de los códices mayas desde Dresden, París y Madrid. Eran tiempos de la guerra fría y la "cortina de hierro" impedía al investigador salir de la Unión Soviética.
De modo que todo lo que conoció sobre los mayas, Yucatán y México fue a través de libros y documentos. Recién en los años 90 pudo conocer en persona las inscripciones, las esculturas, las estelas y las grandes ciudades mayas. Mientras tanto, tuvo que llevar adelante su investigación desde su oficina en Leningrado.
Lo hizo "aplicando el análisis sistemático estructural y el método de estadística posicional para identificar la frecuencia con la que se usa un signo dentro de un texto", afirma el doctor Jiménez Lara.
A diferencia del franciscano inquisidor Landa, quien quería encontrar un equivalente de los signos mayas para cada letra del alfabeto en español, Knorozov descubrió que no había equivalencia porque la escritura maya era silábica, compuesta por 355 signos fonéticos y morfémico-silábicos.
Es decir, "que los glifos escritos por los antiguos mayas consistían tanto de logogramas (signos usados para representar una palabra completa) como de signos fonéticos, en los cuales cada glifo representa una combinación consonante-vocal, y que una palabra maya formada por una combinación consonante-vocal-consonante era escrita con dos glifos, quedando sin pronunciar la vocal del segundo glifo (principio de sinarmonía)", explica el doctor Jiménez Lara.
Esa fue la clave que en 1952 le permitió a Knorozov descifrar la escritura maya y escribir el artículo académico "La escritura antigua de América Central", publicado en la revista soviética Sovietskaya Etnografia (Etnografía Soviética).
Cuando le preguntaron a Knorozov por qué fue precisamente él quien había conseguido descifrar la escritura maya, respondió que la mayoría de quienes lo habían intentado antes eran arqueólogos y él, en cambio, era lingüista.
"En realidad, no hice nada –decía Knorozov en entrevistas– sólo seguí a Landa y así llegué al éxito".
La meta de Knorozov puso fin a una espera de cinco siglos en el mundo de la academia y la investigación. Pero los expertos de la época no reconocieron con facilidad el logro del científico soviético. Es más, lo menospreciaron, por "comunista", como lo llamó el inglés Eric Thompson, el especialista en mayas más respetado de la época.
El británico no quería a su colega soviético porque sus descubrimientos refutaban su propia teoría. Thompson había escrito en 1950 la obra Escritura jeroglífica maya: una introducción, en la que negaba el fonestismo de los mayas. Los descubrimientos de Knorozov, dos años después, echaban por tierra sus estudios.
A pesar de los frontales ataques y cuestionamientos de Thompson, el trabajo de Knorozov pudo traspasar las fronteras y en 1956 el gobierno soviético por fin le concedió un permiso para viajar a Copenhague y presentar su investigación en un congreso ante cientos de estudiosos de los mayas.
Otro mayista británico, Michael D. Coe, relató en alguna ocasión que Thompson, poco antes de morir, le confió: "Yo ya no veré los resultados de las investigaciones que se están haciendo sobre la escritura de los mayas, pero usted vivirá aún y se dará cuenta de quién tuvo la razón: ese maldito ruso o yo".
A Knorozov no lo hundieron las críticas, pero sí le aplazaron el reconocimiento, pues recién en 1970 su método fue aceptado y aplicado por todos los mayistas, afirma Jiménez Lara.
En su libro Breaking the Maya Code (Rompiendo el código maya), de 1992, el británico Coe reconoció oficialmente el acierto de Knorozov y los errores de Thompson. "Todos ahora somos knorozovistas", dijo en una entrevista.
Aunque Occidente cerró la puerta a las investigaciones del científico soviético, en su país despertó el interés de muchos estudiantes por las culturas precolombinas de Centroamérica.
La Academia de Ciencias de la URSS, por ejemplo, lanzó América Latina, una revista especializada que publicó las investigaciones de Knorozov y de otros especialistas soviéticos.
La Universidad de Moscú creó además el Centro de Estudios Centroamericanos "Yuri Knorozov" para preservar su legado científico y durante décadas los etnógrafos centroamericanos tuvieron que acudir a Moscú para conocer y escuchar la voz de sus antepasados precolombinos.
Si las circunstancias en que Knorozov se topó con los mayas fueron inusuales (en una guerra), más excepcional fue que llevara a cabo sus estudios sin conocer América y mucho menos la región maya de México y Guatemala.
De hecho, su primer viaje al continente lo hizo en 1991, a Guatemala, en pleno derrumbe del régimen soviético. Allí pudo visitar la zona arqueológica de Tikal y Uaxactún, y recibió la Orden del Quetzal, la más importante distinción del gobierno guatemalteco.
En Moscú, en 1994, el gobierno mexicano le entregó en su embajada la Orden del Águila Azteca, y un año después pudo conocer el país. Estuvo en la zona arqueológica de Palenque, Chiapas, en el parque ecológico de Xcaret, en Quintana Roo, y en este estado participó en el Tercer Congreso Internacional de Mayistas.
Toda su obra está traducida al español y en los estados de Yucatán, Campeche y Chiapas hay centros culturales y de investigación sobre la cultura maya que llevan su nombre.
Apenas 4 años después de su viaje a México, el 30 de marzo de 1999, Yuri Valentinovich Knorozov murió en los pasillos de un hospital, víctima de un derrame cerebral. Fue enterrado en un antiguo basurero de San Petersburgo, antes Leningrado.
Así partió "El caballero rojo", como llama Pedro Jiménez Lara a Knorozov, el ruso mexicano que descifró la escritura maya y abrió las puertas a su vasta y compleja cultura.
Por: Elia Baltazar
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.