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El National Geographic nos regaló un impresionante artículo sobre las parteras Aztecas y como atendían los embarazos y partos en el siglo XVI.
No les cuento más y les dejo descubrir una parte tan fascinante de nuestros ancestros.
Articulo original del National Geographic, escrito por Isabel Bueno y traducido por Tribu Materna.
Aparece en la edición de Enero/Febrero del 2017 de la revista National Geographic History.
La salud y los rituales marcaban cada momento de la vida de las mujeres aztecas embarazadas. La “tlamatlquiticitl” o partera ofrecía a sus pacientes una excepcional atención prenatal del siglo XVI, combinando cuidados médicos, medicamentos para el alivio del dolor y ceremonias religiosas.
La respuesta de los aztecas a la pregunta clásica de los niños era que venían del decimotercero cielo, el cielo más alto de todos. Ahí, en esta especie de almacén de almas no nacidas, esperaban hasta que los dioses decidían ponerlas en el vientre de su madre.
Los adultos aztecas también creían firmemente en la vigilancia divina del parto, y que, desde el momento de la concepción, el desarrollo de un feto sano dependía de la voluntad de los dioses. La sociedad azteca, cuyo poderoso imperio se extendía sobre lo que ahora es el sur de México desde los siglos XIV a XVI, estaba impregnada de costumbres religiosas. También era muy funcional y había concebido una serie notable de sistemas para vigilar a la madre y a su hijo por nacer.
Gran parte de lo que se sabe de la sociedad azteca proviene de un libro escrito por Bernardino de Sahagún, un monje español que vive cerca de lo que es ahora la Ciudad de México. Durante la segunda parte del siglo XVI, Sahagún compiló un amplio compendio sobre las costumbres aztecas, titulado Historia General de las Cosas de Nueva España. El manuscrito espléndidamente ilustrado, cuyos tres volúmenes se conservan ahora en Florencia, Italia, trató en su sexto libro los complejos métodos y rituales del parto azteca.
La Historia cuenta que, en la obstetricia azteca, la tlamatlquiticitl o partera es la figura más importante. Las mujeres nobles podían esperar ser atendidas por un equipo de parteras y las mujeres más abajo de la escala social también tendrían acceso a los servicios de esta figura clave en la sociedad azteca, que vigilaba el embarazo.
La tlamatlquiticitl realizaba visitas regulares a la casa de mujer embarazada, donde realizaba exámenes ginecológicos. Si el bebé venía mal posicionado, ponía a la embarazada en un baño y presionaba su vientre para voltear al bebé, moviéndola de un lado a otro”.
En el caso de una madre primeriza, la partera también le aconsejaría sobre la dieta y otros hábitos saludables, como asegurarse de que el agua no fuera demasiado caliente al tomar baños. Recomendaba también continuar teniendo relaciones sexuales hasta el séptimo mes de embarazo porque si la mujer se abstenía por completo del hacer el amor, el bebé nacería enfermo y débil.
Como mentor y sabia confidente, la tlamatlquiticitl impedía a la futura madre levantar cargas excesivas las cuales podrían poner en peligro el feto. De la misma forma, recomendaba “evitar el dolor, la ira y las sorpresas para no abortar o dañar al bebé”.
A medida que el nacimiento se acercaba, la partera se quedaba en el hogar de la mujer durante cuatro o cinco días para preparar a la futura madre. El orden y la limpieza de la sociedad azteca observada por los españoles desde su llegada también se reflejaba en las costumbres del parto. El cuerpo de la mujer, su cabello y la sala de partos estaban completamente limpio. La tlamatlquiticitl preparaba un baño de vapor en el temazcal -una especie de sauna con techo bajo, ubicada en las afueras de la casa- con leña especial sin humo y plantas aromáticas. Esto ayudaba a la mujer a relajarse mientras la comadrona comprobaba la condición del feto. La habilidad azteca con la medicina herbaria ayudaba mucho para reducir el dolor del parto. Una vez que empezaban las contracciones, la partera le daba a la mujer un té hecho de cioapatli, una hierba “que tenía la virtud de impulsar o empujar al bebé hacia fuera.” Si, a pesar de esto, la mujer todavía estaba en dolor y no dilataba” Le daba medio dedo de la cola de un animal llamado tlacuatzin – una especie de ratón. Entonces, daba a luz fácilmente.
La mujer se ponía de cuclillas para dar a luz con la partera detrás de ella, sujetándola los talones, de modo que la gravedad ayudaría a la salida del bebé, minimizando el esfuerzo de la madre. Sahagún observó con admiración que las mujeres indígenas parecían dar a luz con mucho menos esfuerzo y dolor que las mujeres españolas, y se recuperaban tan rápidamente que muchas de ellas se embarazaban nuevamente poco después.
A medida que el nacimiento se acercaba, la partera se quedaba en el hogar de la mujer durante cuatro o cinco días para preparar a la futura madre. El orden y la limpieza de la sociedad azteca observada por los españoles desde su llegada también se reflejaba en las costumbres del parto. El cuerpo de la mujer, su cabello y la sala de partos estaban completamente limpio. La tlamatlquiticitl preparaba un baño de vapor en el temazcal -una especie de sauna con techo bajo, ubicada en las afueras de la casa- con leña especial sin humo y plantas aromáticas. Esto ayudaba a la mujer a relajarse mientras la comadrona comprobaba la condición del feto. La habilidad azteca con la medicina herbaria ayudaba mucho para reducir el dolor del parto. Una vez que empezaban las contracciones, la partera le daba a la mujer un té hecho de cioapatli, una hierba “que tenía la virtud de impulsar o empujar al bebé hacia fuera.” Si, a pesar de esto, la mujer todavía estaba en dolor y no dilataba” Le daba medio dedo de la cola de un animal llamado tlacuatzin – una especie de ratón. Entonces, daba a luz fácilmente.
La mujer se ponía de cuclillas para dar a luz con la partera detrás de ella, sujetándola los talones, de modo que la gravedad ayudaría a la salida del bebé, minimizando el esfuerzo de la madre. Sahagún observó con admiración que l
Una vez que el bebé había nacido, la tlamatlquiticitl checaba la salud de la madre y del recién nacido. Primero llevaba a la madre de regreso al temazcal para que pudiera sudar las toxinas. Las resinas y plantas aromáticas la relajaban y ayudaba a iniciar la producción de leche. Se lavaban el bebé para que Chalchiuhtlicue, diosa de las aguas, “purificara su corazón y lo hiciera bueno y limpio”.
Después del parto, la comadrona permanecía cuatro días más para vigilar el buen arranque la lactancia materna. Esta era una precaución esencial, ya que el destete no tendría lugar hasta que el niño tuviera dos años o más, y los aztecas no tenían animales cuya leche pudiera usarse como sustituto.
Durante esos cuatro días, se llevaban a cabo tareas junto con rituales piadosos. La placenta era enterrada en un rincón de la casa. Si el recién nacido era un niño, el cordón umbilical se daba a un guerrero para enterrar en territorio enemigo. Puesto que la función principal de los hombres aztecas era la guerra, este rito suponía llenar al guerrero futuro con fuerza y valor.
Los partes pertinentes del Huehuetlatolli, una colección de provebios, discursos y consejos de los ancianos aztecas, eran citados poco después del nacimiento, incluyendo las palabras de bienvenida con las cuales una partera y los abuelos deben de saludar a un recién nacido: “Tu oficio y habilidad es la guerra; Tu papel es dar al sol la sangre de tus enemigos para beber y alimentar la tierra, Tlaltecuhtli, con los cuerpos de tus enemigos. “Si el recién nacido era una niña, el cordón umbilical era enterrado junto a la chimenea para hacerla un Buena esposa y madre. Se le instaba a “ser a la casa lo que el corazón es para el cuerpo”.
La ceremonia de nombramiento fera un ritual clave en la sociedad azteca. Era el solemne deber del padre informar a los sacerdotes del día y del momento del nacimiento del bebé, y ellos a su vez consultaban al Tonalamatl, una especie de calendario estructurado alrededor del año azteca de 260 días, para escoger el nombre más apropiado. El propósito de esto, señala Sahagún, “era predecir su buena o mala fortuna en base a las especificaciones del signo en el que nació”. Los aztecas consideraban los últimos cinco días del año como un mal presagio, así que los padres lo hacían todo para asegurarse que los niños nacidos en esos días fueran nombrados después de que terminará ese período.
A pesar de la atención prestada a lo largo del embarazo, el parto era a menudo letal. Si a pesar de todo el esfuerzo realizado, la madre moría durante el trabajo de parto, era considerada como una guerrera que había muerto en combate. La enterraban en un templo especial al crepúsculo, y se decía que su alma viajaba a la casa del sol.
Si el feto nacía muerto, “la partera tomaba un cuchillo de piedra, llamado itztli, cortaba el cadáver dentro de la madre y lo sacaba en pedazos”, un procedimiento espantoso que, sin embargo, “salvaba a la madre de la muerte”. Quien moría durante el parto viajaba a un lugar llamado Chichiualcuauhco, donde un árbol de nodriza los alimentaba con su leche. Allí permanecerían, hasta que los dioses los enviaran de nuevo a nacer de otra madre, y el ciclo del nacimiento y de la muerte volvía una vez más.
Celebración: Los parientes se reunían para comer, beber y dar gracias por el nacimiento de un niño sano, considerado un regalo de los dioses. Otras madres a menudo daban un consejo de primera vez sobre la crianza del niño.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.