A Relax Place
No era ningún secreto que Maximiliano de Habsburgo, emperador de México, y su esposa Carlota, necesitaban un heredero, que, en las condiciones apropiadas, diera continuidad a la nueva dinastía que aspiraban a construir en este país.
Tampoco era un secreto, hace ciento cincuenta años, que las relaciones entre los monarcas no eran del todo armoniosas y que no hacían vida marital. En tales circunstancias, la esperanza de tener un hijo que un día tuviera en sus manos la corona mexicana no era sino eso, un sueño, una endeble ambición.
Los problemas personales no fueron obstáculo para que Maximiliano intentara resolver la falta de un heredero.
Decidió que adoptar un hijo era una solución viable, y con esa idea, en su primer viaje por territorio mexicano, entre agosto y octubre de 1864, tuvo una ocurrencia de las muchas que por esos días escandalizaron a los conservadores monárquicos que habían auspiciado su llegada a México.
El 17 de agosto de 1864, en el tránsito de San Juan del Río a Querétaro, le piden al emperador que apadrine en la pila bautismal a un bebé, un indito huérfano del poblado de Humilpale.
Como Maximiliano ya había hecho lo mismo con pequeños de la ciudad de Orizaba, accede.
Dispone que el pequeño sea bautizado al día siguiente, y sea confiado al cuidado de un médico queretano, el doctor Licea, quien, por las vueltas que da la vida, sería el responsable, tres años más tarde, de embalsamar el cadáver del emperador fusilado. Maximiliano continúa su viaje.
La ocurrencia del emperador desata un mar de especulaciones: ¿para qué quiere bautizar a un indito? De inmediato, la falta de un heredero se vuelve detonador de los chismes: lo que querría el emperador es adoptarlo y llevarlo con él a la Ciudad de México. Los chismosos hacen su tarea: tener un príncipe indígena sería un magnífico gesto, con el que el emperador estaría pretendiendo acercarse aún más a su nueva nación.
Así, pues, el 19 de agosto, según las instrucciones de Maximiliano, el pequeño fue bautizado con los nombres de Fernando Maximiliano Carlos María José. Deseosos de quedar bien con el emperador ausente, el bautizo se realiza por todo lo alto: hay Te Deum y repique de campanas. Las especulaciones suben de punto, y todo mundo da por hecho que Maximiliano se ha conseguido un heredero, se ha inventado un príncipe de la corona mexicana.
La carta que el emperador envía a Carlota desde Irapuato, diez días después, aclara las cosas: “Se me ha olvidado escribirte que en Querétaro me regalaron un indito chiquitín que me mandaron como presenté desde la Sierra Gorda… nadie sabe quiénes son sus padres… yo lo recogí y mandé bautizarlo… mandé buscar una buena nodriza… más tarde lo mandaré venir a México”. Pero nada ocurrió, porque el “príncipe” Fernando Maximiliano Carlos María José se murió a los tres días de bautizado.
Pero lo cierto es que tener un heredero era una necesidad patente. Maximiliano se había comprometido a designar un heredero al trono, en el plazo de tres años, en caso de que para entonces no tuviese hijos. En 1865, el emperador estableció con la familia de Agustín de Iturbide, que navegaba por la vida con bandera de “príncipes”, que, en caso de que la emperatriz no tuviese hijos se adoptaría como príncipe heredero al nieto más joven de la familia: un pequeñito de apenas dos años, llamado Agustín de Iturbide y Green. La familia Iturbide, movida por la ambición y con gana de recuperar glorias pasadas, firmó un acuerdo por el cual recibieron una compensación de 150 mil pesos y no podrían entrar a México sin autorización del archiduque austriaco.
El bebé Agustín se quedaría en la corte al cuidado de su tía Josefa y ambos, más el otro chico Iturbide, Salvador, de 14 años, recibirían el título de príncipes.
Existe la hipótesis de que esta “adopción” del pequeño Agustín era realmente una treta de Maximiliano para convencer a su hermano, el archiduque Carlos, de que le cediera a uno de sus hijos para, a él sí, convertirlo en heredero de la corona mexicana.
El proyecto salió mal de todo a todo, porque ni el hermano de Maximiliano se dejó convencer de enviar a México a uno de sus hijos, ni se consolidó la maquinación en torno al pequeño Agustín.
Su madre, la estadounidense Alice Green, decidió que no le interesaban las negociaciones de su familia política y exigió que le devolvieran a su hijo. Maximiliano la ignoró. Alice bombardeó al emperador con cartas donde exigía a su bebé de vuelta, y se apoyó en la embajada de su país para presionar.
De todos modos, no había un reino sólido que el niño pudiese heredar. A fines de octubre de 1866, cuando era evidente el derrumbe del imperio, Maximiliano ordenó que el pequeño fuese entregado a su madre.
Ninguna prueba hay de que Carlota haya tenido hijos. En los papeles que de ella se conservan hay un pequeño poema que alude a un recién nacido muerto, y se ha especulado que, en los primeros tiempos de su matrimonio, la princesa belga pudo haber tenido un aborto espontáneo. Pero no hay un solo elemento que dé certeza a esta idea.
Más abundantes son los rumores que achacarían el enloquecimiento de la emperatriz a un embarazo producto de una infidelidad. Según esta conseja, Carlota habría salido de México en julio de 1866, llevando en sus entrañas un hijo que no era del emperador. La angustia provocada por esa circunstancia, aunada al fracaso de sus gestiones políticas en Francia, la habrían llevado a la crisis que le arrebató la razón.
Quienes dan por buena esta especie, señalan el rígido aislamiento en que la emperatriz fue puesta se debió, más que a la locura, al propósito de evitar que nadie advirtiera el embarazo de Carlota.
La paternidad de ese hipotético hijo se ha adjudicado al general mexicano Miguel López, que además fue compadre de Maximiliano.
Otros se han inclinado por señalar como amante de Carlota al jefe de las tropas belgas venidas a México, el coronel Alfred Van Der Smissen, y bajo este supuesto, se ha afirmado que el niño se convirtió en el general francés Maxime Weygand, nacido en enero de 1867, sin padres conocidos, pero educado en Francia con lujo y esmero, y cuyos estudios fueron pagados por la casa real belga.
Quienes defienden esta hipótesis han llamado la atención sobre el notable parecido físico entre Van Der Smissen y Weygand, al grado que la anécdota cuenta que, en el siglo XX, el general Charles De Gaulle se referiría a Weygand como lo único que Francia había obtenido con la aventura mexicana.
Mucho más irreal es la leyenda que afirma que Maximiliano tuvo un hijo varón con Concepción Sedano, apodada “la india bonita”. No hay un solo elemento de prueba, pero es cierto que, en la Francia de 1917, un hombre, acusado de ser un espía alemán, y que decía ser Julián Sedano y Leguizamo, fue fusilado.
Parece que el personaje, más bien, explotaba algún parecido con el emperador y que se buscaba la vida en el París de principios del siglo XX, impresionando a los mexicanos que vivían en Europa y a los que les encantaba la idea de tener invitado a cenar a uno hijo ilegítimo del difunto Maximiliano.
¿Fue este general francés el hijo secreto de Carlota de México? Nada lo demuestra. Hace más de 40 años la historiadora Joan Haslip reparó en el notorio parecido entre Maxime Weygand y el comandante de las tropas belgas en México, Alfred Van Der Smissen. Esa semejanza, sumada al extraño origen de Weygand hizo brotar la leyenda de la maternidad de Carlota.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.