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El poema que fascinó a los ingenieros de México un primero de julio de 1974
Hace medio siglo, en 1974, mientras Luis Echeverría Álvarez fungía como presidente de México, un acontecimiento singular se gestaba en el ámbito de la ingeniería nacional.
Un conglomerado de 54 asociaciones, colegios y sociedades representativas de diversas ramas ingenieriles mexicanas se unieron bajo el cobijo de la Unión Mexicana de Asociaciones de Ingenieros. Su objetivo: celebrar y reconocer la labor de los ingenieros del país.
Entre ellas, destacaban figuras de la ingeniería civil, química, comunicaciones, electrónica, mecánica y minera, entre otras disciplinas. Este fervor culminó el 1 de julio de 1974 en el majestuoso Palacio de Bellas Artes, donde se instituyó solemnemente el Día Nacional del Ingeniero, en honor a todos los profesionales de esta noble actividad.
En aquel año histórico, un joven estudiante oaxaqueño de ingeniería civil en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional, decidió sumarse a esta efervescencia colectiva.
Con orgullo y pasión, escribió un poema titulado precisamente «Ingeniero».
Su inspiración resonó en sus compañeros de escuela, en el director de la institución, el arquitecto Ramón Flores Peña, y en el presidente de la Unión Mexicana de Asociaciones de Ingenieros, el ingeniero Gonzalo Sedas Rodríguez.
El poema pronto trascendió los límites de las aulas. Fue seleccionado para ser presentado en una ceremonia previa en el emblemático Palacio de Minería de la Ciudad de México. Este recinto histórico cobró relevancia por haber sido el lugar donde, en el siglo XVIII, se inició la carrera de ingeniería de la Nueva España.
En una emotiva velada, rodeada por una distinguida audiencia que incluía a destacados ingenieros militares, el estudiante, Juan Arturo López Ramos, recitó su poema «Ingeniero». Entre los presentes se encontraba el representante del presidente de la República, el ingeniero Eugenio Méndez Docurro, quien ocupaba el cargo de Secretario de Comunicaciones y Transportes.
El poema cautivó a todos los presentes, pero especialmente al ingeniero Eugenio Méndez Docurro, quien, deslumbrado por la profundidad y belleza de la poesía, invitó al joven estudiante a recitar su obra en el prestigioso Palacio de Bellas Artes, el máximo escenario cultural del país, precisamente en la ceremonia en que se institucionalizó el Día Nacional del Ingeniero, el 1º. De julio de 1974.
Este acto no solo honró al talentoso estudiante, sino que también elevó la poesía como una expresión genuina del alma de los ingenieros mexicanos. Más allá de cálculos y estructuras, este poema recordó a todos que la ingeniería es también un arte, una disciplina que fusiona la razón con la creatividad, la técnica con la pasión.
INGENIERO
Dentro de tu alma,
se distingue la llama
que alimenta tu mente,
+
se dibuja en tu rostro
la humildad consciente
de la grandiosa pequeñez humana.
+
Y estás inmensamente triste,
porque guardas en los surcos profundos de tus manos,
tierras áridas y pueblos olvidados. . .
+
Mi raza confía en ti
desde tiempos milenarios.
Quetzalcóatl, la serpiente de plumas de esmeralda
+
-a pelo de tierra- por la senda misteriosa,
recorrió mil valles, barrancas y montañas
forjando leyendas de piedra esplendorosa.
+
Heredero de todas las edades,
toma mi mente, mis desnudos brazos
y levanta ciudades majestuosas,
+
que inviten al descanso a nuestros dioses,
perdidos en las sombras misteriosas.
El cielo iluminaron los luceros
+
que vencieron la noche de tres siglos,
y cantaste, en magnifica armonía,
con la voz de los parcos postulados
+
¡del palacio inmortal de minería!
Y el sueño liberal de la Reforma
escucho esa voz en toda forma:
+
-llevaba incrustada en la conciencia
la enseñanza laica de la ciencia-.
Construye el camino de la tierra mía
+
cabalgando en corcel de mil metales,
funde en alegre y constante algarabía
mil ilusiones, en diez mil realidades.
+
En la pálida luz de nuestra tibia aurora,
ahogaba el oro negro a todo nuestro pueblo
cuando Cárdenas legó la barca salvadora,
+
condujiste y haciendo gala de tu ingenio,
venciste mil peligros en tormenta aterradora.
Hoy, el cruel torrente que mataba,
+
que el alma de mi gente desgarraba,
está todo por tus manos convertido
en un oleaje dócil y tranquilo
+
que acaricia las playas mexicanas.
A todas las montañas misteriosas
haz llegar con tu mágica presencia,
+
la fuerza de tu alquimia esplendorosa,
Y acaba con el triste olvido al verle,
que no todos tenemos el orgullo
+
de luchar contra un dios . . . y de vencerle!
En el mar cristal de los mil números,
entre olas de teoremas y ecuaciones,
+
con tu barco guinda y blanco o azul y oro,
llevas en el mástil de la historia,
el sereno estandarte del progreso:
+
Presas,
que retienen las angustias
y atesoran esperanzas,
+
el circuito, que es la vena
donde corre sangre nueva,
el túnel que devora las entrañas
+
de millares de valles y montañas,
se abren, aéreos o terrestres nuevos puertos
a viajeros de caminos gigantescos.
+
Descendiente de noble y orgullosa dinastía,
eres el caballero tigre de mis tiempos,
rompe las cadenas de la técnica extranjera
+
con la pluma y la espada desbordante de osadía,
. . . e ilumina con el sol maravilloso de tu ciencia,
y los rayos de luz de tu conciencia
+
¡TODOS LOS RINCONES DE LA PATRIA MÍA!