A Relax Place
Gatillero y brazo derecho de Pancho Villa. Fierro fue conocido entre el grupo del centauro del norte como un hombre frío, sin miedo a matar, tanto, que en una ocasión les quitó la vida a 300 prisioneros, uno por uno y a mano propia.
Decenas, hasta cientos de personas, cuyos nombres se perdieron entre el polvo de la historia cayeron atravesadas por las sanguinarias balas de Fierro.
POR ALEJANDRO ROSAS.
Sólo era una apuesta, una ocurrencia más de las tantas que tenía Rodolfo Fierro mientras no se encontraba desafiando las balas o los obuses es de la artillería enemiga durante una batalla. Sus hombres escuchaban atentos las palabras del jefe, y su insistencia que rayaba en alcohólica necedad, provocaba las carcajadas de los presentes. Nadie tomaba a broma lo que decía el temible revolucionario por más inverosímil que pareciera: si algo habían aprendido de Fierro es que con él todo era posible.
Fierro había lanzado un reto muy simple: apostó que un hombre herido de muerte caería hacia adelante. Uno de los presentes le tomó la apuesta, el general salió de la cantina tambaleándose, desenfundó su pistola y le disparó a un parroquiano que atravesaba en ese momento. Guardó “la siempre fiel”, y regresó con una amplia sonrisa ganadora a cobrar la apuesta: el cristiano había caído hacia adelante.
Los hombres que rodearon a Pancho Villa durante la revolución mexicana contribuyeron a construir el mito del Centauro del Norte, porque a su vez, se convirtieron en personajes míticos formados bajo una situación extrema, llevados al límite, cercados permanentemente por la violencia. La realidad, cruda y cruel, los convirtió en personajes dignos de la literatura, cuando esa realidad había superado por mucho a la ficción.
Fierro bebía whisky; andaba por la vida con los ojos enrojecidos por el alcohol del que siempre procuraba hacerse acompañar. Una copa, que se multiplicaba en pocos minutos, le permitía estar a tono para hacer cantar su pistola. No bebía para darse valor, era un hombre valiente sin discusión. El alcohol simplemente lo ponía en un agradable estado de bienestar físico donde la vida y la muerte eran sinónimos.
“A Fierro se le hacía agua la mano (según su propia expresión) -escribió Ramón Puente-, cuando la posaba en la cacha de su pistola. Está profundamente alcoholizado cuando se deleita en fusilar prisioneros y se ríe con risa diabólica al sentir que su pistola se calienta a tal grado que tiene que cambiarla”.
Villa admiraba la naturalidad con que Fierro disponía de las vidas ajenas. No dudaba, no padecía, no se cuestionaba. Si por momentos era cruel divirtiéndose con los prisioneros, en otros parecía un ser amoral, matar y morir, formaban parte de esa extraña cotidianidad marcada por la violencia revolucionaria. Vivir el instante, el siguiente minuto parecía suficiente porque no existía el futuro.
Fierro fue responsable de la muerte del inglés William Benton con la venia de Pancho Villa. Le metió varios tiros sin saber que el crimen provocaría un escándalo internacional que fue resuelto por el primer jefe Carranza, cuando la División del Norte todavía tenía buenas relaciones con la jefatura del movimiento Constitucionalista.
Sin embargo, antes de salir del trance diplomático, Villa tomó sus providencias para demostrar que se le había dado muerte al inglés con todas las de la ley: le ordenó a Fierro que fuera por el cadáver a donde lo había enterrado, lo exhumara y lo pasara por las armas. El lugarteniente lo hizo sin chistar y fusiló al muerto.
Se solazaba ejecutando prisioneros con sus propias manos. Una de las descripciones más célebres fue escrita por Martín Luis Guzmán en su novela El águila y la serpiente bajo el título “La fiesta de las balas”. Si bien, la matanza de 300 prisioneros, uno por uno, a manos de Fierro -que dispuso de dos pistolas para alternarlas porque se calentaban de tanto disparar-, no está documentada, lo cierto es que entre las tropas villistas era llamado El carnicero.
“Una de sus morbosidades es matar prisioneros -continúa Ramón Puente-, tiene innata la disposición de verdugo, la misma voluptuosidad de esos sacrificadores de hombres que acaban por encallecerse en el oficio y sentir la necesidad de ejercitarlo para que no se enmohecieran sus herramientas”.
Decenas de personas, cuyos nombres se perdieron entre el polvo de la historia, cayeron atravesadas por las balas de Fierro. Con motivos o sin motivos, por una discusión, por un capricho, por una borrachera, cualquier circunstancia la resolvía Fierro con una bala.
Durante los aciagos días de la ocupación de la ciudad de México por las fuerzas convencionistas de Villa y Zapata, en diciembre de 1914, Fierro se despachó no pocos cristianos, entre ellos a David Berlanga, miembro de la Convención Revolucionaria, quien una noche en que se encontraba cenando en el restaurante Sylvain, se percató que un grupo de oficiales villistas se resistían a pagar la cuenta. Berlanga los increpó y pagó la cuenta. Minutos después se presentó Fierro con una escolta, condujo a Berlanga al Cuartel de San Cosme y de ahí fue llevado al cementerio de Dolores, en donde fue asesinado.
Unos meses después, Fierro no tuvo empacho alguno en darle muerte a su viejo amigo y compañero de armas, Tomás Urbina, compadre del Centauro, por instrucciones del mismo Villa. “Tenía una psicología llena de amargura y crueldad -señala Luis Aguirre Benavides-, que lo hizo cometer durante su vida revolucionaria tantos desmanes, pues muchos de los hechos sanguinarios que se le atribuyen, no eran inspirados u ordenados por Villa, sino que eran producto de su propia iniciativa; su temeridad y valentía lo rodearon de una aureola de leyenda”.
Cuando sobrevinieron las batallas del Bajío en 1915, en las cuales Obregón despedazó a la División del Norte reduciéndola a simples guerrillas que fueron erradicadas, comenzó la desbandada de generales. Muchos de sus hombres de confianza abandonaron a Villa: Felipe Ángeles, Eugenio Aguirre Benavides, José Isabel Robles, Maclovio Herrera, Raúl Madero. Rodolfo Fierro siguió fielmente a su jefe. Sin embargo, una vida marcada por la muerte, sangrienta y cruel, no podía terminar de un modo distinto.
Villa ordenó a Fierro retirarse hacia el norte para reorganizarse. En el camino, cerca de Casas Grandes en Chihuahua, tropezaron con la Laguna de Guzmán. Las tropas villistas comenzaron a rodearla, pero Fierro se veía impaciente, parecía tener prisa por llegar a un destino todavía incierto, por lo que sobre su magnífica montura, resolvió atravesar la laguna a galope. Ni siquiera lo dudó, si había librado la fiesta de las balas durante poco más de un año que llevaba al lado de Villa, una laguna no podría detenerlo. Además de cargar con su carabina y su entrañable pistola, las cantinas de la silla estaban repletas de monedas de oro, de suerte que el peso era muy grande y como además el caballo se enredó con la vegetación propia de la laguna, jinete y caballo se hundieron sin que sus hombres pudieran hacer nada. Fierro se ahogó y su cuerpo jamás fue recuperado.
Hombre violento y desalmado, aunque simpático y ocurrente, Rodolfo Fierro pasó a la historia como una leyenda más de las construidas en torno a Villa. Su tristemente célebre fama llegó hasta el cine nacional y Carlos López Moctezuma lo interpretó en varias películas filmadas sobre el Centauro del Norte, al lado de Pedro Armendáriz. Al menos en el séptimo Arte, Fierro se ganó la simpatía del público.
Luis Aguirre Benavides -secretario de Villa-, explica la presencia natural de hombres como Fierro: “Era, sin embargo, sumamente útil en aquel medio siniestro, en el que eran necesarios hombres valientes, decididos y sin ningún escrúpulo de conciencia, para llevar adelante los designios, con frecuencia injustos o equivocados del jefe de la Revolución en Chihuahua”.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.