El Trasgu

El trasgu es el duende hogareño de la mitología asturiana. Según aquellos que lo han visto, suele llevar puesto un blusón de paño rojo, así como un gorro del mismo color; tiene forma de hombrecillo arrugado, delgado y feúcho, con las manos inusualmente alargadas, una de las cuales presenta un agujero en medio de la palma. A pesar de cojear un poco se mueve con extraordinaria agilidad entre los pucheros de la cocina (su lugar favorito, junto al desván).


Unos ojos vivaces delatan su carácter juguetón.


Comienza a manifestarse con las primeras horas de oscuridad, mientras la familia se encuentra reunida junto al fuego o cenando. Suenan entonces ruidos extraños, ventanas que se cierran, pisadas en el desván… Pero es cuando los habitantes de la casa duermen que el trasgu campa a sus anchas.


Su comportamiento depende de cómo le caigan estos en gracia. Si le resultan simpáticos, durante la noche ordenará la cocina, fregará los platos, hilará el lino que quede en la rueca o, incluso, se acercará al pozo a buscar agua.


En el caso contrario, el trasgu se convertirá en una pesadilla. Enredará el hilo, agujereará las cacerolas, tiznará el rostro de las muchachas mientras duermen, se colará en el corral para alborotar al ganado, abrirá las ventanas, arrojará la vajilla contra el suelo o jugará a los bolos en el desván mientras canta la puntuación a gritos. Hará, en definitiva, mil diabluras que condenarán a los habitantes de la casa al insomnio y el sobresalto continuo.


El principal método para deshacerse de él consiste en retarle a que ejecute tareas imposibles, como traer agua en un cesto, volver blanco un pellejo negro o recoger un montón de mijo del suelo (este se le cae por el agujero de la mano). Al no ser capaz, se marcha de la casa herido en su orgullo.


Eso es, según la tradición, lo que hay que hacer y no otra cosa. Algo tan drástico como mudarse no supone una solución efectiva. Se cuentan muchas historias de familias que compran una casa nueva para librarse del trasgu. Al llegar el día de la mudanza, recogen discretamente sus cosas y abandonan con sigilo su antiguo hogar. Cuando llegan al nuevo, se dan cuenta de que han olvidado un objeto, por ejemplo, una escoba. Entonces suena una voz a su espalda: “¡Tranquilos, ya la traigo yo!”. Es el trasgu, que viene con la escoba bajo el brazo.


Otras veces se sube al carro en el que la familia transporta sus enseres, justo cuando este inicia la marcha, mientras dice: “Ya que vais todos de casa mudada, también voy yo, con mi gorra colorada”. Y es que el trasgu se considera uno más de la familia, aunque le haga la vida imposible con sus trastadas.