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El Virreinato de la Nueva España se fundó catorce años después de la caída de Tenochtitlán y fue edificado sobre las ruinas mismas de la civilización azteca. Fue regida a lo largo de su historia por 62 Virreyes, siendo el primero Antonio de Mendoza y Pacheco, quien asumió el cargo en 1535. El período previo había sido gobernado por el propio Cortés, autoproclamado Capitán General de la Nueva España.
Si bien el Imperio Mexica se consideraba ya derrotado, la expansión del Virreinato continuó durante muchos años, haciéndole la guerra a los pueblos del norte, así como a sus antiguos aliados.
Su territorio total fue enorme, abarcando lo que es actualmente México, junto con los actuales estados norteamericanos de California, Nevada, Colorado, Utah, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, Washington, Florida y partes de otros estados norteños, así como parte al sur de la actual Canadá, la totalidad de Centroamérica, las islas de Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Trinidad y Tobago, Guadalupe, y también las Filipinas, las Carolinas y las Marianas. Era el mayor y principal asentamiento colonial español de la época.
El Virreinato de la Nueva España era tan extenso que requería una división política en dos unidades: reinos y capitanías generales.
Estas divisiones territoriales y administrativas eran regidas por un Presidente Gobernador o un Capitán General, respectivamente, que se reportaban al Virrey y éste a su vez directamente a las autoridades coloniales en la España peninsular.
La sociedad de la colonia distinguía entre sus ciudadanos en base a un criterio, ante todo, racial.
La población indígena, de por sí diezmada tras la conquista y el esparcimiento de nuevas enfermedades para las cuales los locales carecían de defensas (tuberculosis y viruela), integró un peldaño muy bajo en la nueva pirámide social, aunque no tan bajo como el de los negros esclavos, importados desde África para hacer de mano de obra en los vastos nuevos territorios de la Corona.
Por encima de todo estaban los blancos, provenientes de Europa, y posteriormente los blancos nacidos en suelo americano.
La ausencia de mujeres blancas durante los primeros tiempos de la colonia justificó que los colonos europeos tomaran una o varias amantes indígenas y tuvieran descendencia ilegítima con ellas. Así surgieron un conjunto de “castas”, para distinguir a los ciudadanos según su origen:
La economía colonial en México era del tipo extractiva, como en todo el continente de la época. Sobre todo, los yacimientos minerales recién descubiertos en el Norte mexicano, que a su vez impulsaron el crecimiento de obras y la expansión agrícola.
Sin embargo, casi todo lo obtenido era despachado a Europa a través de los puertos de Veracruz y Acapulco, parte de una red comercial que llevaba los productos filipinos a América y luego a la península.
Parte del sistema de opresión y control que la colonia impuso a las poblaciones indígenas, consistió en despojarlos de su idioma y sus tradiciones, tenidas por paganas y heréticas.
Así, se les impuso la religión católica y con ella las normativas sociales y éticas de la sociedad española (tomadas de la Greco Romana y árabe), con las cuales pensaron ganar almas para la Iglesia Católica, dado que los indios, a diferencia de los negros, eran considerados seres humanos, aunque deficientes, necesitados de tutelaje.
Se instauró la Iglesia Católica en la Nueva España, edificando muchos de sus templos y sus espacios literalmente sobre las ruinas de los que habían pertenecido a las culturas indígenas. Con ella, además, llegó la Santa Inquisición.
En este virreinato ocurrió el sincretismo, a lo largo de 300 años de historia, de las culturas indígenas (zapoteca, mixteca, tolteca, maya, náhuatl, etc.) con la española, dando origen a una sociedad culturalmente fértil, que contribuyó a la cultura española con escritores como Sor Juana Inés de la Cruz o Juan Ruiz de Alarcón, o Manuel Tolsá en el ámbito de la arquitectura. Esto a pesar del control eclesiástico sobre la educación, que imposibilitaba cualquier nexo directo con el imaginario precolombino.
Durante la colonia se asentaron numerosas de las principales ciudades del continente y del actual país mexicano, lo cual se llevó a cabo en muchos casos conforme a un criterio de “tabula rasa”, que planificaba las ciudades desde cero. No fue el caso de Ciudad de México, obviamente, alzada sobre la antigua Tenochtitlán.
Obligando con eso a formar barrios dentro de la ciudad, entendiendo esto, podemos extrapolar a la situación actual de la Ciudad de México y entender como la población se fue asentando y moviendo conforme la sociedad crecía, así los españoles y gobierno se establecieron en el primer cuadro de la Ciudad, y los indios en barrios como, los que hoy conocemos como Tepito, la Candelaria de los Patos, La Merced, Tlatelolco hasta Peralvillo.
Conforme la sociedad fue creciendo y la necesidad de espacio fue mayor, la clase pudiente, se fue moviendo hacia el poniente y hacia el Sur de la Ciudad de México, y las clases menos favorecidas hacia el Norte y el Oriente, y es así, como hasta hoy sigue creciendo esta ciudad.
Las causas que propiciaron la independencia son varias la primera fue que los criollos y mestizos, que sentía que sus derechos y privilegios deberían ser iguales a los de los peninsulares por siglos no habían sido reconocidos.
Estaban hartos de pagar a la corona española y no recibir beneficio alguno por sus pagos.
Los indígenas también estaban hartos de los maltratos de los peninsulares que los consideraban de menor humanidad y los habían hecho trabajar y azotar casi como si fueran esclavos.
La coyuntura política que estaba pasando España con la invasión francesa y que colocaba a un Rey de origen francés José I Bonaparte (“Pepe Botella”, se dice que era muy borracho y ese era su mote), hermano mayor de Napoleón Bonaparte, Rey y luego Emperador de Francia.
La invasión de España por los franceses y la salida de Fernando VII del trono produjeron el vacío de poder propicio para el alzamiento militar de las colonias, lo que en el caso de la Nueva España se inició en 1810 con el Grito de Dolores. Esto condujo a una larga Guerra de Independencia que culminó en 1821 con el reconocimiento de la independencia mexicana por parte de último Jefe Político Superior de la Nueva España (que ya no Virrey ya no existía ese cargo) y fue Don Juan de O’Donojú, cuya autoridad cesó al Firmar el Acta de Independencia consumada por Agustín de Iturbide el 27 de septiembre de 1821.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.