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Navegante y explorador inglés que hostigó las colonias y los buques españoles como corsario al servicio de la reina Isabel I. Ingresó muy joven en la marina y se adiestró con el capitán John Hawkins. En 1572 dirigió una expedición contra los puertos españoles del Caribe; en este viaje, durante el cual divisó por primera vez el océano Pacífico, saqueó el puerto de Nombre de Dios, en Panamá, y la ciudad de Cartagena de Indias, en Colombia, y regresó a su patria con un cargamento de plata española.
Tras el monumental fracaso que supuso «la Contraarmada inglesa», el pirata Francis Drake cayó en el ostracismo político durante seis años hasta que en 1595 le llegó la oportunidad de resarcirse en el Caribe. Allí fue humillado por una minúscula fuerza española en Panamá
Embarcado en su buque insignia «El Pelican», cuya construcción fue subvencionada con dinero de la Corona inglesa, Francis Drake realizó la segunda circunvalación al globo en 1579, la cual aprovechó para asaltar de paso las indefensas poblaciones españolas en el Pacífico, que no habían conocido hasta entonces mayor amenaza europea que la presentada por portugueses y españoles. A su regreso a Inglaterra, el pirata fue recibido como un héroe nacional y nombrado Sir por la Reina. Como queriendo solapar que los españoles ya habían dado la vuelta al mundo 55 años antes con la expedición Magallanes-Elcano, los ingleses celebraron la hazaña de Drake como un hito de la navegación mundial. Durante años, la suerte siguió acompañando al inglés, que secuestró a pilotos portugueses y españoles para acometer su gran gesta, pero le abandonó en el peor momento. El Caribe español le devolvió parte de las afrentas cometidas en 1596, el año de su muerte y de su derrota más humillante.
Francis Drake consiguió su fama como militar saqueando los puertos españoles en el Caribe cuando Inglaterra y el Imperio español ni siquiera estaban oficialmente en guerra. Bajo el mando de su primo segundo John Hawkin, aprendió con solo 13 años lo rentable que resultaba atacar los puertos españoles aprovechando las deficientes defensas hispanas y el lucrativo negocio del contrabando de esclavos. Lo cual no evitó que sufriera en persona una derrota de envergadura en esos años. En 1567, Hawkins realizó su tercera acometida contra las posesiones hispánicas. Tras hacerse con 450 esclavos en Guinea y Senegal, puso rumbo al Caribe al frente de seis barcos, entre los que estaba «El Judith», capitaneado por Drake. Una tormenta los obligó a dirigirse a Veracruz, donde, haciéndose pasar por la armada española, forzaron al virrey Martín Enríquez de Almansa a entregarles suministros. Para su desgracia, a los pocos días arribó en Veracruz la auténtica armada española. Cuatro buques piratas fueron hundidos, 500 tripulantes abatidos y las ganancias del contrabando de esclavos capturadas casi en su totalidad. Drake y su primo pudieron escapar de milagro. Estaban resueltos a remediar en los siguientes años aquella humillación.
La oportunidad de los puertos mal defendidos
La primera actuación individual de Drake lo bastante reseñable para ser mencionada ocurrió en 1572. Un año después de que la mejor generación de marineros españoles se doctorara en el Golfo de Lepanto, Drake asoló indefensos puertos en el Caribe, entre ellos el Nombre de Dios, en el istmo de Panamá, y Cartagena de Indias, y capturó un convoy español cargado de oro y plata con la ayuda del pirata francés Guillermo Le Testu. Esta acción reportó una gran fortuna a Drake e hizo que la Corona inglesa le designara para la misión de atacar intereses españoles en el Pacífico.
La vuelta al mundo de Drake y sus hombres fue enormemente lucrativa. El botín obtenido fue valorado en 250,000 libras, una suma equiparable al presupuesto anual del Parlamento británico. El 4 de abril de 1581, la Reina Isabel I subió en persona al buque insignia de Drake y le nombró caballero allí mismo.
De golpe y porrazo, el pirata se había convertido en un hombre respetable, con su asiento en el Parlamento y con responsabilidad en la armada inglesa. En este contexto, con la guerra ya oficialmente declarada entre ambos países, la Reina puso al corsario inglés al frente de una flota de 21 naves y 2,000 hombres con el objetivo de atacar de nuevo el Caribe español en 1586. Como explica Carlos Canales en el libro «Las reglas del viento: cara y cruz de la Armada española en el siglo XVI», pese a los éxitos iniciales en Santo Domingo y Cartagena de Indias, el botín final de 200,000 ducados se antojó insuficiente para cubrir los daños registrados en 18 de los buques y la muerte de la mitad de la tripulación original.
Cansado de ver sus barbas chamuscadas, como rezaba una expresión acuñada por el propio Drake, Felipe II tomó la determinación en 1587 de atacar a los ingleses en su propio territorio. Los preparativos a cargo de Álvaro de Bazán, uno de los héroes de la batalla de Lepanto, sufrieron el sabotaje de Drake, quien el 29 de abril de ese año atacó el puerto de Cádiz y hundió una veintena de embarcaciones españolas. Durante esta misma expedición, los ingleses capturaron cerca de la isla de San Miguel, en las Azores, una carraca procedente de la India con un tesoro valorado en 140,000 libras.
Dentro de la estrategia para defenderse del ataque español de 1588, Drake fue nombrado vicealmirante de la flota inglesa bajo las órdenes del almirante Charles Howard. Una leyenda inglesa cuenta que Francis Drake se encontraba jugando a los bolos en la localidad de Plymouth cuando fue avisado de la llegada de la flota que Felipe II había mandado contra la Reina Isabel I. «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario antes de arrojar la siguiente bola. Un episodio inverosímil que el historiador naval Agustín Rodríguez González asemeja al clásico «mito fundacional» –en su libro «Drake y la Invencible»– para esconder una verdad vergonzosa: el secreto peor guardado de Europa sorprendió al grueso de la escuadra inglesa en puerto y sin la artillería preparada. Drake, sin auténtica experiencia en guerra naval, se encontraban reparando y aprovisionando sus barcos tras un fracasado intento por emboscar a la flota España durante su salida. La flota de Plymouth estaba acorralada.
«Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario
El Duque de Medina-Sidonia, el comandante español, decidió seguir de largo en contra de la opinión de la vieja guardia de oficiales que había servido con su predecesor, Álvaro de Bazán, quien había fallecido durante los preparativos. La decisión condenó a la Armada a vagar hacia el desastre sin objetivos claros, más allá de la quimera de recoger a las tropas de Flandes, algo en lo que Alejandro Farnesio –comandante de esa infantería– no puso mucho empeño. Sin que en ningún momento se entablara un combate naval masivo más allá del incansable hostigamiento británico, Drake tuvo su momento de mayor protagonismo durante los combates también en Plymouth, donde Diego Flores de Valdés rindió el galeón «Nuestra señora del Rosario» al corsario inglés sin oponer ninguna resistencia.
La «Contraarmada», el gran fracaso de Drake
Tras el desastre de la Armada española en 1588, Isabel I de Inglaterra ordenó a Drake lanzar un contraataque contra España, la conocida como «Contraarmada», que curiosamente tuvo un destino tan trágico como el de su precursora española.
A falta de la experiencia española para la organización de una operación de grandes dimensiones, que tampoco había servido de nada a éstos, la aventura de la escuadra inglesa acabó en un irremediable desastre. El primer objetivo fue La Coruña, que albergaba a algunos barcos supervivientes de la Empresa inglesa todavía en reparación. Y aunque los ingleses tomaron parte de la ciudad, la actuación heroica de las milicias, entre las que se contaba la popular María Pita, forzaron la huida de los extranjeros sin obtener botín.
La «Contraarmada» costó la muerte o deserción del 75% de la expedición
A continuación, Drake y su flota –formada por más de un centenar de barcos de distinto tamaño– se dirigieron a Lisboa con la intención de provocar un levantamiento portugués contra los españoles. El desembarco de cerca de 10,000 hombres para «liberar» Lisboa fue inicialmente un éxito, pese a que las epidemias ya empezaban a causar estragos entre las tropas angloholandesas. Sin embargo, la durísima guerra de desgaste que padeció el ejército de Drake durante su marcha hacia las inmediaciones de Lisboa y la brillante actuación de Alonso de Bazán –hermano del célebre marino– al frente de una escuadra de galeras hizo imposible que la capital portuguesa fuera rendida. Al contrario, el 16 de junio, siendo ya insostenible la situación del ejército inglés, Drake ordenó la retirada, que fue seguida de una asfixiante persecución a cargo de las fuerzas hispano-lusas. El resto de la campaña, que trasladó la acción a las islas Azores, tan solo sirvió para alargar la agonía de una expedición que, según el historiador británico M. S. Hume, costó la muerte o la deserción del 75% de los más de 18,000 hombres que formaron originalmente la flota.
Sir Francis Drake quedó condenado al ostracismo tras el fracaso, negándosele el mando de cualquier expedición naval durante los siguientes seis años. Su oportunidad de resarcirse llegó cuando la Reina inglesa, cansada de no haber cosechado nada más que derrotas desde 1588, volvió a depositar su confianza en él hacia 1595. El objetivo era de nuevo el Caribe. Así y todo, la escuadra real para esta misión –vertebrada en su mayor parte por particulares– fue puesta bajo un mando compartido, dado que la confianza en el liderazgo de Drake seguía en cuarentena. John Hawkins –muy deteriorado por la edad y enfrentado con Drake desde el fracaso de Veracruz– fue el otro almirante designado para la misión.
Desastre en el Caribe: España aprende de los errores
La expedición no pudo empezar de peor forma. En contra de la opinión de Hawkins, Drake ordenó atacar las Canarias y abastecerse allí antes de dirigirse al Caribe. Calculaba el pirata inglés tomar Las Palmas –defendida por apenas 1,000 hombres, la mayoría civiles– en cuestión de cuatro horas, pero los defensores rechazaron sin dificultad el primer desembarco. Con 40 muertos y numerosos heridos, la escuadra inglesa estimó inútil gastar más soldados en algo que iba a ser supuestamente sencillo, pero no lo era. La captura de un capitán inglés en este tropiezo por las Canarias reveló las intenciones británicas y permitió dar aviso a las autoridades españolas del otro lado del charco.
El desembarco en Puerto Rico terminó con 400 hombres muertos en el bando británico
Cuando la flota de Drake hizo acto de presencia en Puerto Rico, los defensores les recibieron con una hilera de cinco fragatas –de reciente construcción y adaptadas al escenario atlántico– apuntando sus cañones hacia los forasteros. La flota invasora tuvo que retirarse momentáneamente cuando los cañones españoles penetraron en la mismísima cámara de Drake justo cuando éste brindaba con sus oficiales. El jefe de la flota salió ileso, pero dos oficiales fallecieron y otros tantos quedaron gravemente heridos. Además, la salud de John Hawkins se consumió por completo poco antes de estos primeros combates, dejando a Drake como único mando.
Pese al furioso recibimiento, los ingleses no desistieron y lanzaron un desembarco masivo con barcazas en la noche del día 23. Drake ordenó acercarse en silencio a las fragatas, que se mantenían como pétreas guardianas del puerto, para prenderlas fuego con artefactos incendiarios. Lejos de destruir los barcos españoles, solo uno quedó inservible, el fuego iluminó la noche facilitando que los defensores rechazaran el desembarco. La jornada acabó con 400 hombres muertos en el bando británico.
Además de las nuevas fragatas destinadas a luchar precisamente contra ataques piratas, los españoles habían aprendido de sus errores defensivos. Cuando Drake decidió alejarse finalmente de Puerto Rico –previo paso por dos pequeños pueblos, Río del Hacha y Santa Marta, que le reportaron escasísimo botín– tuvo que descartar atacar Cartagena de Indias al ver las imponentes defensas con las que ahora contaba la ciudad. El objetivo, por tanto, se trasladó a Panamá, donde ordenó un doble ataque, por tierra y por mar, que tuvo un destino parecido a lo ocurrido en Lisboa siete años atrás. Baskerville, al frente de 900 soldados, se dirigió por tierra hacia las cercanías de Panamá. En el camino se topó con un pequeño reducto, el San Pablo, guarnecido por 70 hombres al mando de Juan Enríquez, que impidieron por dos veces el avance inglés. Cuando llegaron otros 50 hombres a reforzar la guarnición, Baskerville decidió poner pies en polvorosa. La persecución, entre muertos, heridos y prisioneros, se saldó con 400 bajas entre los ingleses.
Desmoralizado, agotado y enfermo de disentería sangrante, Francis Drake buscó sin éxito posibles presas. El 27 de enero, estando fondeada la flota en la entrada de Portobelo, Drake pidió que le pusieran su armadura «para morir como un soldado». Falleció la madrugada siguiente y su cuerpo fue lanzado al mar dentro de un ataúd de plomo, en contra de su voluntad de ser enterrado en tierra firme. Aún sin tiempo de velar su muerte, dos de sus herederos, su hermano Thomas y su sobrino Jonas Bodenham, se enfrentaron en el mismo buque por algunas de las pertenencias del pirata.
Su otro legado, la desastrosa expedición en curso, todavía tuvo que hacer frente a otra dura prueba: el viaje de regreso a Europa. Así, llegaron a puerto solo ocho de los 28 buques iniciales y un tercio de los hombres.
Por: Geoffrey Parker
Un documento inédito muestra la agitación pública que produjo su incursión en Galicia
Antes incluso de nacer, Isabel Tudor ya era malquista en España. El término anabolena –que significaba «enredadora», «loca» o «prostituta»– era tan conocido en la España de los Austrias como ahora. Viene del nombre y apellido de Anna Bolena, a la que sedujo Enrique VIII de Inglaterra, antes de divorciarse de su esposa, Catalina de Aragón, con el fin de casarse con Ana –que ya estaba encinta de Isabel.
La antipatía que generaba Isabel, ahora Reina de Inglaterra, aumentó notablemente en 1585 cuando llegó a la corte de Felipe II la noticia de que Sir Francis Drake y una flota inglesa habían desembarcado en Galicia y destrozado imágenes religiosas, maltratado a clérigos y capturado numerosos rehenes y barcos españoles. En Madrid, un mes después, un ministro principal del rey lamentaba «profundamente que la reina de Inglaterra nos haga la guerra de forma tan descarada y deshonesta, y que nosotros no podamos vengarnos».
En cualquier caso, la guerra «descarada y deshonesta» continuaba con destructivos avances de Drake en Canarias, en las islas de Cabo Verde y por último en el Caribe, donde saqueó primero Santo Domingo, luego Cartagena de Indias y finalmente San Agustín en La Florida. Todo esto era de sobra conocido hasta ahora.
Pero lo que no sabíamos hasta hoy es el tremendo impacto de aquellos eventos en la opinión pública de Madrid, revelados en un documento que guardaba la recientemente descubierta Colección Altamira de la Hispanic Society of América en Nueva York. Según este texto, en julio de 1586 alcanzaron a Felipe II, en su palacio de El Escorial, los rumores insistentes de que en Madrid «se habla muy sueltamente sobre los daños que ha hecho el inglés Francisco Draque y con palabras tan descompuestas y desordenadas, dando a entender que no se ha puesto el remedio que se pudiera, que hacen sospechar se lleva fin a poner mal animo a los vassallos, no mirando en la gran prudencia y consideración con que su Majestad ha attendido y attiende a preuenir y proueer todo lo possible».
El conde de Barajas, presidente del Consejo de Castilla, recibió órdenes de investigar. Su respuesta fue extraordinariamente franca: «Aunque en todas partes ay personas malas y de inquietas intenciones», concede, en este asunto la mayoría de los críticos «se mueven con zelo de dessear ver a sus ojos lo que Su Magestad provee en secreto para las cosas de su servicio y bien destos reinos, y que así de mano en mano se va cundiendo esta materia por ser tan pública y de tanta importancia la que públicamente se vee que depende de Inglaterra y del inglés Francisco Draque».
En resumen, «esto de los ingleses y de las Indias es tan extraordinario y tan público» ... Esta es quizá la primera referencia clara de una «esfera pública» en la España de los Austrias: un debate abierto entre los vasallos comunes, concernidos por lo que el gobierno estaba haciendo –y dejando de hacer– en una materia «tan extraordinaria y tan pública».
El interés público en Drake explica por qué, cuando el duque de Medina Sidonia pasó una noche en Valladolid, en su retorno desde Santander, tras el desastre de la Gran Armada en 1588, «estuvo toda la noche la calle llena de pícaros, que le dieron la baya diciendo: ‘Drac, Drac, que viene Drac’, sin cesar». El pirata favorito de la reina se había convertido en un antropónimo antonomástico (comparable a los mitos españoles de la «Celestina», «Don Juán», o «Quijote») que personificaba, en este caso, la superioridad naval inglesa.
De tal modo que, en mayo de 1589, Drake llevó al rey Felipe II a temer haber perdido el favor de Dios. Durante más de un año, algunos ministros le instaron al rey a promover una Visita (una investigación secreta) a la Compañía de Jesús en España.
Pero, cuando ya parecía a punto de doblegarse, llegó a la corte la noticia del nuevo desembarco en Galicia liderado por Drake. Felipe enseguida vio una conexión divina entre ambos hechos: «Ya havréis sauido el auiso que se ha tenido oy de La Coruña de quedar la armada inglesa en aquel puerto, y haver echado gente en tierra», garabateó en una consulta urgiendo la Visita. «Y así no sé si es tiempo de mouer agora luego ésta de la Compañía». Concluyó: «Creo que basta por agora lo mouido». La Visita nunca se produjo; así que Sir Francis Drake preservó la integridad de la Orden Jesuita en España.
La fascinación popular con Drake inspiró a Lope de Vega a componer un poema épico en 1597, «La Dragontea», que relataba la carrera de Drake desde su oscuro nacimiento a su ignominiosa muerte en el Caribe. «Dos cosas me han obligado a escribir este libro», explicó Lope en su dedicatoria al Príncipe de Asturias, el futuro Felipe III: «La primera, que no cubriesse el olvido tan importante victoria; y la segunda, que descubriesse el desengaño lo que ignoraba el vulgo – que tuvo a Francisco Draque en tal predicamento, siendo verdad que no tomó grano de oro que no le costasse mucha sangre».
En aquel momento, el Rey no estuvo suficientemente impresionado como para otorgarle una licencia de impresión y se la negó en Castilla; y cuando Lope lo publicó en Valencia, a pesar de todo, el gobierno ordenó secuestrar todas las copias.
Después, la memoria del que fuera pirata favorito de la Reina Isabel I se fue desvaneciendo, de tal modo que en la España de hoy la personalidad de la era Tudor mejor conocida ya no es Francisco Draque, sino Ana Bolena.
Por: Javier noriega
¿Armada... Feliz, Gran, Invencible? ¿Cómo llamarla? Hoy hablamos de los restos y la sombra de la Gran Armada. De sus pecios y naufragios.
«Se cierne sobre nuestro país un gran peligro; pues se trata a mi entender de la mayor y más poderosa combinación jamás reunida en la cristiandad.” Despacho de capitán del Victory Sr. Howkins al gran almirantazgo de la flota inglesa. Urgente.
La “Invencible” lo era para los británicos, que como siempre encumbraban a sus enemigos derrotados en la batalla por mayor loor y gloria del imperio.
Lo hicieron con Napoleón, con Roma... Lord Burghley, nada más terminar la contienda y bajo el opúsculo “The copie of a letter sent out of england to Don Bernardin Mendoza” marca por primera vez el término “Invencible” para la historia: «Así termina esta narración de las desgracias de la Armada Española, que ellos dieron en llamar “Invencible”». Quedaba inaugurada la sesión...
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.