General Tomás Mejía, pobre en vida y en muerte.

Tomás Mejía
(1820-1867)

Tomás Mejía
(1820-1867)

El general imperialista Tomás Mejía nació en un pequeño poblado de la Sierra Gorda Queretana llamado Pinal de Amoles, alrededor de 1820, siendo sus padres Cristóbal Mejía y María Martina, ambos de raza india.

Se dice que el joven Tomás fue el único amigo de un soldado español que llegó huyendo a la Sierra Gorda y ocultando su verdadera identidad bajo el nombre de Darío Bissarda. Se supone que ambos llevaron una estrecha amistad y no fue sino hasta en su lecho de muerte que Bissarda reveló a Tomás su verdadero nombre: Isidro Barradas, que había sido enviado al Continente Americano a reconquistar el territorio mexicano para devolverlo a la Corona Española, pero habiendo fracasado su misión, se vio obligado a refugiarse en la Sierra bajo otra identidad.

Desde muy joven Tomás Mejía abrazó la milicia y ya para 1841 tenía el grado de alférez, habiéndose casado poco antes con Carlota Duran, de quien enviudaría al poco tiempo. Algunos años después contrajo matrimonio con una joven mujer de nombre Agustina Castro.

Mejía participó en la guerra contra Estados Unidos y se distinguió en la defensa de Monterrey. Tuvo que resignarse a la derrota, enmascarada tras el tratado en el que se cedía a Estados Unidos los territorios de Texas, California y Nuevo México. Participó entonces en una sublevación contra el gobierno del entonces presidente, que había sustituido al general Santa Anna, José Joaquín Herrera, responsable del tratado de Guadalupe. Al ver perdida su causa, Tomás se volvió al gobierno, ofreciéndose a dirigir las tropas federales que combatían a los rebeldes. Una vez vencida la rebelión, entregó él mismo a los que habían sido sus compañeros a las tropas del gobierno.

Siguieron algunos años de paz durante los cuales Mejía continuó su ascenso dentro del ejército: en 1849 ascendió a comandante de escuadrón, en 1854 a teniente coronel, en 1858 a general de brigada y al año siguiente de división.

En 1854 se inició una revuelta, la Revolución de Ayutla, la cual iba encaminada a terminar con la dictadura de Santa Anna; pronto las tropas que apoyaban el plan dominaron el país y Santa Anna se vio obligado a huir rumbo al exilio. El gobierno quedó en manos del viejo caudillo insurgente, Don Juan Álvarez y tras su renuncia en las de Ignacio Comonfort.

Las tendencias liberales y anticlericales del nuevo gobierno no fueron bien recibidas en muchas partes del país; en Querétaro, el general José López Uraga inició una sublevación contra el Plan de Ayutla, apoderándose del poblado de Tolimán el 19 de enero de 1856. Como la ciudad de Querétaro se encontraba sin guarnición el Gobierno envió al general Luis Ghilardi a controlar a los rebeldes. Tomás Mejía, que era profundamente religioso, había apoyado en un principio la rebelión, pero dándose cuenta de la superioridad de las fuerzas del gobierno, publicó un manifiesto ofreciendo sus servicios al Gobierno y comprometiéndose a mantener la paz en la Sierra Gorda. Esto le proporcionó una momentánea tranquilidad para seguir conspirando.

El 14 de octubre de 1856 Mejía asaltó la ciudad de Querétaro, logrando apoderarse de ella; una semana después se vio obligado a abandonar la plaza para escapar de las tropas del general Vicente Rosas Landa, enviado por el Presidente Comonfort. Después de varios enfrentamientos Mejía y Rosas Landa firmaron un convenio mediante el cual los rebeldes serían perdonados a cambio de una garantía de paz. Sin embargo Comonfort no estuvo de acuerdo con este convenio por considerar a Mejía un constante conspirador contra el Gobierno, "sin principios políticos y capaz de implorar la protección del gobierno cuando se halla impotente, sin dejar por esto de seguir maquinando para volver a sublevarse, burlando sus más sagrados compromisos y traicionando a los que habían seguido su suerte"; mandó comparecer a Rosas Landa y le retiró el mando de la tropa, por lo que Mejía permaneció con sus rebeldes en la Sierra.

En 1857 el general José María Arteaga fue elegido gobernador constitucional de Querétaro y se dio a la tarea de poner en vigor en el estado la Constitución de 1857. Mejía con sus rebeldes se apoderó de los distritos de Jalpan, Tolimán y Cadereyta, así como las poblaciones de San Juan del Río, Tequisquiapan y su propio pueblo natal, Pinal de Amoles. El gobernador Arteaga, alarmado, decretó la ciudad de Querétaro en estado de sitio y pidió ayuda al gobernador de Guanajuato, Manuel Doblado; sin embargo, no pudo evitar que Mejía atacara la ciudad el 2 de noviembre de 1857, en una lucha larga y desesperada; Arteaga contaba solamente con trescientos soldados y sólo pudo defender el Palacio de Gobierno y el Convento de San Francisco, donde situó su cuartel general. Los queretanos en general apoyaban a Mejía y se unieron a sus tropas en gran número. Arteaga fue herido y logro salvarse sólo gracias a la ayuda de un fraile que lo ocultó en su celda. Varios oficiales federales fueron hechos prisioneros, quedando la ciudad en manos de Mejía, cuyas tropas saquearon la ciudad, incluso una biblioteca recién fundada por Arteaga fue devorada por el fuego. Para establecer el orden Mejía nombró gobernador a Manuel Montes Navarrete, quien pronto pudo controlar la situación. Su gobierno duro solamente una semana, ya que, ante la proximidad del ejército de Manuel Doblado, Mejía tuvo que dejar la ciudad. Mientras Arteaga era restaurado en el gobierno, Mejía sufrió una grave derrota en Sombrerete de donde huyó herido, seguido solamente por treinta hombres.

El Presidente Comonfort prestó juramento como Presidente Constitucional el 1 de diciembre de 1857; sin embargo, el 17 de diciembre, los conservadores proclamaron el Plan de Tacubaya, desconociendo la Constitución. Comonfort, que había apoyado el golpe de estado, se vio obligado a dejar la Presidencia y huir del país. La Presidencia quedó en manos del general conservador Félix María Zuloaga, pero constitucionalmente el sustituto de Comonfort era Benito Juárez, por ocupar el cargo de Presidente de la Suprema Corte de Justicia. Juárez huyó de la capital, estableciendo su gobierno en Guanajuato primero y después en Guadalajara.

Se inició entonces en México una guerra civil que duraría tres años, y Mejía, naturalmente, se integró al Ejército Conservador y ocupó la ciudad de Querétaro el 11 de febrero de 1858; poco después, el 28 de marzo, fue nombrado comandante general del territorio de la Sierra Gorda. Pocos meses después, gracias a sus servicios prestados a la causa conservadora, Tomás Mejía se convirtió en Gobernador de Querétaro, el 13 de agosto de 1858.

El gobierno de Mejía estuvo dominado por las urgencias de la guerra. No bien hubo tomado el cargo, recibió la visita del general Miguel Miramón que preparaba un ataque contra el Ejército del Norte, comandado por el liberal Santiago Vidaurri; en esta entrevista se acordó que las tropas conservadoras destinadas a combatir a Vidaurri, se concentrarían en Querétaro, para salir rumbo a San Luis Potosí, que estaba en poder de los liberales. El Ejército Conservador salió de Querétaro el 28 de agosto, y Tomás Mejía se unió a la campaña, dejando el gobierno del estado en manos del general Cayetano Montoya.

Las tropas de Vidaurri fueron derrotadas, y los conservadores tomaron San Luis. Mejía fue herido durante una batalla y permaneció en San Luis para recuperarse. Cuando sanó, regresó a Querétaro el 13 de noviembre de 1858, siendo recibido calurosamente por la población.

El 23 de diciembre de 1858 hubo una división dentro del mismo partido conservador. Se proclamó en México el Plan de Navidad desconociendo el gobierno de Zuloaga, quedando como presidente provisional el general Manuel Robles Pezuela; Miramón, que se estaba en Jalisco, regresó a México y fue proclamado presidente sustituto. En febrero de 1859, el nuevo Presidente decidió llevar a cabo una idea que venía madurando desde hacía unos meses: atacar Veracruz, sede del gobierno de Juárez desde mayo del año anterior. Aprovechando que Miramón había dejado la Ciudad de México, y en una tentativa para obligarlo a abandonar el sitio de Veracruz, los liberales decidieron atacar la capital con las tropas del general Santos Degollado.

Antes de atacar la capital, las tropas liberales se reunieron cerca de Querétaro; Tomás Mejía dio aviso de inmediato al gobernador de San Luis Potosí, Gregorio del Callejo, y le notificó que abandonaría Querétaro, al frente de sus tropas, con el propósito de reunirse con él en San Miguel Allende.

Los ejércitos liberal y conservador se enfrentaron en la Hacienda de Calamanda el 14 de marzo de 1859 resultando en una derrota para los liberales, que, a pesar de todo, continuaron su avance hacia la Ciudad de México. Miramón regresó a la capital y los liberales continuaron su asedio a la ciudad, pero fueron obligados a retirarse sufriendo cuantiosas pérdidas. Mejía obtuvo el grado de general de división en esta campaña.

El 9 de mayo regresó Tomás a Querétaro, reuniendo en sus manos los gobiernos de los estados de Querétaro y Guanajuato. No ocupó el cargo por mucho tiempo pues el gobierno de Guanajuato lo dejó en manos de Francisco A. Vélez y el de Querétaro en las de Manuel María Escobar el 6 de julio de 1859.

El 13 de noviembre los ejércitos de Mejía se enfrentaron nuevamente a los de Santos Degollado en un sitio llamado Estancia de las Vacas, cerca de Querétaro, obteniendo el triunfo nuevamente los conservadores.

Al inicio del año 1860, la situación era gobernada por los conservadores, sin embargo, hacia el final del año las cosas se invirtieron y los liberales comenzaron a ganar terreno; el 12 de noviembre ocuparon Querétaro y al poco tiempo el general Arteaga retomo la gubernatura del Estado, por lo que Mejía tuvo que volver a la acción guerrillera en la Sierra Gorda, mientras Miramón huía del país y Juárez se instalaba nuevamente en la Ciudad de México.

Las constantes provocaciones de Tomás Mejía hacia el gobierno liberal convencieron al Presidente Juárez de la necesidad de emprender una campaña para suprimirlo definitivamente. Mejía, mientras tanto había reunido en Jalpa a los generales Leonardo Márquez, Ramón Méndez y Francisco A. Vélez, con el afán de combatir al gobierno liberal. Juárez envió tropas para sofocar a los rebeldes. El 7 de febrero de 1861, en Río Verde, San Luis Potosí, Tomás Mejía se enfrentó a las tropas del liberal Mariano Escobedo, siendo este último capturado, sin embargo, Mejía le perdonó la vida.

A mediados de 1861 Juárez decretó la suspensión del pago de la deuda externa contraída por el gobierno de Miramón, lo cual dio pie a que Inglaterra, Francia y España, países con los cuales se tenía la deuda decidieran comenzar una intervención armada en México.

Ante la amenaza de una posible intervención extranjera se estableció una tregua entre los guerrilleros conservadores y las autoridades liberales. En diciembre del mismo año desembarcaron en Veracruz los representantes de dichas naciones europeas. El 10 de enero las naciones aliadas lanzaron una proclama diciendo que su presencia en tierras mexicanas se debía a la "fe de los tratados quebrantados por diversos gobiernos que se han sucedido y a la seguridad individual de nuestros compatriotas, constantemente amenazada". La reacción de Juárez ni se hizo esperar; el 25 de enero de 1862 promulgó una ley según la cual todo aquel mexicano que prestase ayuda económica, militar o política a los invasores extranjeros, sería castigado con la muerte.

Pronto comenzaron a surgir divergencias con respecto a las pretensiones de cada una de las potencias; los españoles e ingleses, dándose cuenta de que no lograrían nada en México, entraron en conversaciones con el gobierno mexicano, representado por Manuel Doblado y firmaron el tratado de La Soledad el 19 de febrero, mediante el cual España e Inglaterra reconocían el gobierno constitucional de Juárez. El 11 de abril Juárez recibió un comunicado de los aliados, avisándole que ingleses y españoles se retiraban. Francia, en cambio tenía otras intenciones. Un grupo de conservadores mexicanos exiliados en Europa, encabezados por José María Gutiérrez de Estrada y por José Manuel Hidalgo, habían propuesto al emperador francés, Napoleón III, el establecimiento de una monarquía en México, como única forma de gobierno para acabar con la anarquía existente. Napoleón, ávido de obtener la grandeza de su tío, el gran emperador, aceptó la idea, y se propuso como candidato al Archiduque Maximiliano de Austria. Este era el motivo por el cual las tropas francesas desembarcadas en Veracruz se negaron a retirarse de México y comenzaron su avance hacia el interior del país.

Mientras tanto en Querétaro, el gobernador Arteaga se dedicó a reunir fuerzas para resistir la intervención extranjera, mientras Mejía si debía seguir luchando al lado de sus aliados de siempre, los conservadores y así convertirse en aliado de la intervención. Se refugió en su pueblo natal, Pinal de Amoles, y se abstuvo de participar en cualquier combate, aunque patrocinó la publicación de un periódico llamado El Eco de la Opinión, discutiendo los sucesos de los últimos meses. Pero sus ideales eran contrarias a los conceptos liberales anticlericales. Mejía era sumamente católico y poseía una fe inmensa, por lo que en marzo de 1862 decidió colaborar con los franceses, y lo hizo amagando continuamente los distintos poblados de la Sierra de Querétaro. A mediados de junio fue descubierta una conspiración cuyo objetivo era entregar a Mejía la ciudad de Querétaro. A pesar de los problemas que le causaba Mejía, el general Arteaga pudo reunir una tropa para mandarla a ayudar a la defensa de Puebla del ataque francés.

Pronto Mejía dejó las guerrillas, que sostuvo con el dinero enviado por los franceses, para unirse al Ejército Imperialista. El 17 de noviembre de 1863 encabezó una avanzada contra la ciudad de Querétaro, con el propósito de abrir paso a los imperialistas. El gobernador interino, José Linares, abandonó la ciudad por no encontrarse habilitado para defenderla, lo que facilitó para Mejía la toma de la ciudad. Don Tomás permaneció al mando de la ciudad hasta el día 26 cuando llegaron las tropas del general Douay e instalaron a don Desiderio Samaniego en la prefectura del Estado.

   El 12 de junio de 1864 el nuevo Emperador Maximiliano y su esposa, la princesa Carlota de Bélgica hicieron su entrada solemne a la ciudad de México. El general Tomás Mejía estaba entre las tropas que acudieron a darles la bienvenida, y fue invitado a dirigirle al Emperador unas palabras de bienvenida a Palacio Nacional. Mejía estaba tan emocionad, que no acertó más que a murmurar "Majestad, Majestad..." Maximiliano, dándole un abrazo le dijo: "Las palabras no significan nada, pero yo sé que su corazón me pertenece".  Tomás, que era sumamente religioso, humilde y fiel, jamás olvidó estas palabras. Pensaba que el Emperador era la respuesta a las plegarias de quienes deseaban dar paz a México; su nacionalidad no importaba, pues un sólo extranjero no podía atentar contra la Independencia de México y menos cuando este extranjero deseaba amar a México como a su propia patria.

Posteriormente Mejía logró dar varios triunfos a la causa imperialista y en noviembre de 1864, tras tomar la ciudad de Matamoros, recibió la felicitación de Maximiliano, quien lo nombró comandante militar de Tamaulipas.

Al poco tiempo la situación del Imperio comenzó a ser apremiante, tanto económica como militarmente. Los liberales cobraban cada vez más fuerza y el naufragio del Imperio fue inminente cuando Napoleón III decidió retirar sus tropas de México en enero de 1866. En su calidad de comandante militar de Tamaulipas, Tomás Mejía resguardaba el puerto de Matamoros, el cual se hallaba saturado de mercancías, las cuales no podían salir a otras ciudades por encontrarse los caminos saturados de guerrillas liberales. Sin embargo, la necesidad era apremiante de enviar mercancías a Monterrey, y de acuerdo con el general francés Pierre Jenningros, Mejía decidió enviar un convoy formado por doscientos carros cargados de mercancías, valuadas en dos millones de pesos. Pero el convoy fue emboscado en el paraje de Santa Gertrudis por las tropas de Mariano Escobedo y muchos mexicanos imperialistas que escoltaban el convoy se pasaron al bando republicano y los voluntarios austriacos fueron hechos prisioneros.

Este golpe debilitó tanto a los imperialistas, que Mejía, viendo sitiada la ciudad de Matamoros por las tropas de Escobedo, se vio obligado a entregar la plaza, logrando huir hacia el sur, conservando sus tropas y sus armas.  Se refugió por un tiempo en San Luis Potosí y finalmente volvió a Querétaro, donde se estaban concentrando las fuerzas imperialistas.

El 13 de febrero de 1867, el Emperador Maximiliano, en un último intento de salvar su Imperio, se había puesto al frente de sus tropas y se dirigió también a Querétaro. Una vez concentradas las tropas imperialistas en esta ciudad, las tropas liberales, encabezadas por Mariano Escobedo sitiaron la capital queretana en los primeros días de marzo.

Sin embargo, el primer ataque lo realizó Escobedo hasta el 14 de marzo, tomando el cerro de San Gregorio. Maximiliano, que apreciaba mucho a Mejía, lo había nombrado jefe del tercer cuerpo de su ejército, y fue comisionado para resguardar Casa Blanca, una zona al sur de la ciudad. Al mediodía del 24 de marzo, Escobedo lanzó un ataque contra Casa Blanca y la Alameda, que era defendida por Miguel Miramón, quien, junto con Mejía, permitieron que las tropas enemigas se acercaran y cuando estuvieron a punto de tiro dispararon sobre ellas casi a quemarropa. El triunfo de Miramón fue instantáneo pero la caballería de Mejía dudó por un instante ante el fuego enemigo. Mejía, espoleando su caballo, avanzó solo gritando "¡Muchachos, así muere un hombre!" Animada por su heroico general la tropa lo siguió. Aquel día se lograron más de cuatrocientos prisioneros liberales.

Sin embargo, la situación de los imperialistas sitiados no tardó en volverse desesperada. Escaseaba la comida, el parque se agotaba y el agua que llegaba a la ciudad había sido contaminada por los cadáveres que arrojaban en ella los liberales. Las heridas, el tifo, el hambre y el calor acababan con los heridos y se había perdido toda esperanza de recibir auxilio exterior. Los oficiales aconsejaban a Maximiliano que lo mejor era huir, pero él se resistía pues consideraba que no había hecho lo suficiente para cumplir con su deber. Tomás Mejía aseguraba que la salvación estaba en la Sierra Gorda de Querétaro, por la cual estaba el camino abierto hacia el Golfo de México. Además, los indios de la Sierra le eran fieles al general a quienes llamaban "Don Tomasito", y eran excelentes defensores de sus territorios; sólo necesitaban un jefe que los conociese para dirigirlos. Maximiliano al fin cedió y aceptó huir a través de la Sierra.

Tomás había estado enfermo en días pasados, más sin embargo se levantó para reclutar entre la población de Querétaro, entre la cual era muy popular, una guardia que protegiese la salida del Emperador y se encargarse de la defensa de la ciudad. La huida se fijó, para el día 14 de mayo en la madrugada. El día 13 se celebró en el cual se decidió que la salida se retrasaría veinticuatro horas debido a la falta de tiempo de Mejía para organizar la gran cantidad de voluntarios que se habían apuntado (Hay una discrepancia en lo que afirman dos testigos presénciales del sitio de Querétaro: el doctor Samuel Basch asegura que fueron muchos, no dice cuantos, los voluntarios que reclutó Mejía, mientras que Alberto Hans, oficial austriaco del ejército imperial, expresa que Mejía sólo reunió unos cuantos centenares de hombres).

La huida no se llevó a cabo; el retraso de veinticuatro horas fue fatal, pues en la madrugada del día 15 de mayo, el coronel imperialista Miguel López condujo a las tropas republicanas hasta el cuartel general de Maximiliano, el Convento de la Cruz y entregó el sitio. Al enterarse de que el convento había sido tomado por el enemigo, el Emperador salió caminando, dándole paso libre el coronel republicano Rincón Gallardo, y se dirigió por su propio pie hasta el Cerro de las Campanas, a donde llegó casi al amanecer y en donde encontró ya reunidos a gran parte de sus oficiales, entre ellos a Mejía. Al darse cuenta de que las tropas imperiales se habían reunido en el Cerro, los republicanos abrieron sobre ellas un vivo fuego de artillería. En medio del cañoneo Maximiliano preguntó a Mejía si creía que fuese posible pasar.  El general le respondió que era imposible, pero que, si el Emperador así lo quería, él lo podía intentar. "En cuanto a mí, declaró Mejía, estoy dispuesto a morir". Maximiliano decidió rendirse y enarbolar la bandera blanca; él y todos los oficiales que con él se hallaban, incluido Mejía fueron hechos prisioneros.

Maximiliano, Miramón y Mejía fueron conducidos al Convento de la Cruz, que les serviría de prisión; algunos días más tarde fueron trasladados al Convento de Teresitas y por último al de Capuchinas. El Presidente Juárez decidió que los tres fueran juzgados de acuerdo a la ley que él mismo promulgó el 25 de enero de 1862, que condenaba a muerte a todo aquel que prestara ayuda a la intervención extranjera. Fueron juzgados en el Teatro Iturbide de Querétaro, hoy Teatro Juárez, y Tomás Mejía fue defendido por el licenciado Próspero C. Vega. Los tres reos fueron condenados a muerte.

Las esposas de Miramón y Mejía hicieron vanos intentos ante Juárez, que estaba en San Luis Potosí, para salvar a sus esposos y al Emperador. Agustina de Mejía estaba embarazada y la acometieron los de parto en el camino entre San Luis y Querétaro. Dio a luz en una hacienda a la una de la mañana, reanudando su viaje a Querétaro al amanecer. Mientras su mujer daba a luz, Tomás Mejía, en su celda del Convento de las Capuchinas, recibía la visita de Mariano Escobedo. Escobedo recordaba aún la ocasión en Río Verde cuando Mejía le perdonó la vida y quería recompensarlo, por lo que le propuso dejarlo escapar. Mejía preguntó si el Emperador y Miramón serían también salvados. Ante la negativa de Escobedo, Mejía le respondió que entonces él moriría también junto a su soberano.

El día 19 de junio de 1867 amaneció con un sol resplandeciente en el cielo que lucía un azul intenso, sin una sola nube. A las seis y media de la mañana los tres prisioneros fueron escoltados por la tropa del coronel Palacios hasta tres coches que los aguardaban. Tomás Mejía subió al segundo de ellos acompañado de los sacerdotes Jesús María Ochoa y José Francisco Figueroa. El cortejo emprendió la marcha a través de las solitarias calles de Querétaro hacia el Cerro de las Campanas donde los prisioneros serían ejecutados; al final del cortejo caminaban unos hombres llevando a cuestas tres ataúdes negros y tres cruces también negras. Detrás de los carruajes sollozaba una mujer con un niño recién nacido en brazos; era Agustina de Mejía. La joven madre trató de agarrarse del carruaje que conducía a su marido, pero las bayonetas de los soldados se lo impidieron.

Cuando llegaron al Cerro de las Campanas, los tres prisioneros bajaron de sus respectivos coches. Mejía lo hizo abrazando un crucifijo, habiéndole obsequiado previamente su sombrero al padre Figueroa. Los tres hombres fueron colocados frente a una barda de adobe, levantado expreso para la ejecución. Maximiliano iba en medio de los dos generales, pero le cedió su lugar de honor a Miramón. A Mejía le dijo: "General, lo que no es compensado en la Tierra lo será en el Cielo". Momentos antes de ser ejecutado, Mejía exclamó "¡Virgen santa!" y apartó de su pecho el crucifijo con la mano derecha. Se oyó la orden de "preparen, apunten ¡fuego! y los tres hombres, Maximiliano y sus fieles generales Miramón y Tomás Mejía, cayeron al suelo sin vida.

En su testamento, el general Tomás Mejía dispuso su última voluntad de pobreza “Dejo a mi hermano una casa de adobe y dieciocho vacas que tengo en Tolimán”

Sí, es el general Mejía… muerto, embalsamado y sentado en algo que puede ser la sala de su modesta casa de la colonia Guerrero, con unas veladoras a sus pies. A él sí hubo oportunidad de retratarlo porque Tomás Mejía dejó a su familia en la miseria más completa, y su viuda, de la que nada más sabemos que era muy joven y que tenía un bebé de pocos meses en junio de 1867, no tenía dinero para pagar la sepultura del general. Un chisme histórico asegura que Benito Juárez, enterado de la miseria de la viuda -de la que ni siquiera conocemos el nombre- promovió una colecta para reunir lo necesario para costear una tumba en San Fernando.

Sí, es el general Mejía… muerto, embalsamado y sentado en algo que puede ser la sala de su modesta casa de la colonia Guerrero, con unas veladoras a sus pies. A él sí hubo oportunidad de retratarlo porque Tomás Mejía dejó a su familia en la miseria más completa, y su viuda, de la que nada más sabemos que era muy joven y que tenía un bebé de pocos meses en junio de 1867, no tenía dinero para pagar la sepultura del general. Un chisme histórico asegura que Benito Juárez, enterado de la miseria de la viuda -de la que ni siquiera conocemos el nombre- promovió una colecta para reunir lo necesario para costear una tumba en San Fernando.

Comentarios recientes

25.11 | 00:55

Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura

16.11 | 05:32

Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.

28.10 | 14:04

Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.

Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.

23.10 | 15:49

Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.

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