A Relax Place
A las 14:20 de la tarde del martes 17 de julio de 1928, durante una comida que un grupo de diputados guanajuatenses ofrecía al general Álvaro Obregón en el restaurante “La Bombilla”, en San Ángel, el presidente electo fue asesinado por un joven católico que le disparó cinco veces a quemarropa, al tiempo que le mostraba un dibujo con su imagen. El agresor fue detenido inmediatamente y trasladado a la Inspección General de Policía, donde aceptó su crimen y delató a varios de sus cómplices. Entre ellos, la monja queretana Concepción Acevedo de la Llata que, según él dijo, le había inspirado a sacrificarse por sus ideales.
José de León Toral fue presentado a la Madre Conchita en el mes de marzo de 1928 por las señoritas Leonor y Margarita Rubio.
“Pepe es un muchacho muy bueno. ¿Quieres verlo y tratarlo como hermano?”, le preguntaron las hermanas Rubio a la directora del convento de Tlalpan, que accedió de inmediato debido a la confianza que le inspiró el joven.
Aun cuando Toral no llamó en lo más mínimo la atención de la religiosa, pues no alcanzaba a diferenciarlo en su aspecto a otros jóvenes católicos que acudían a su congregación a oír misa, éste fue estrechando sus lazos con la comunidad debido a sus cada vez más seguidas visitas que realizaba algunas veces solo y otras, acompañado de su madre, o de su esposa e hijos.
Pero fue el 14 de julio de ese mismo año, cuando un comentario, aparentemente inocente, enlazaría de manera definitiva la vida de estos dos personajes.
En la capilla del convento, Toral había asistido a un servicio religioso clandestino, dado que el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles había decidido cerrar arbitrariamente todos los templos católicos del país.
Al término del mismo, se acercó a la abadesa De la Llata para pedir su consentimiento y poder asistir con mayor regularidad a oír misa y comulgar, ofreciéndose como monaguillo para el sacerdote oficiante.
La religiosa le respondió afirmativamente, poniendo como única condición la aceptación paralela del sacerdote, el cual aceptó gustoso.
Antes de despedirse, Toral se detuvo un momento para comentar a la Madre Conchita: “Madre, ¿ya supo lo que le pasó al aviador Carranza? Lo mató un rayo”.
Sorprendida por el comentario, la superiora no alcanzaba a reaccionar, cuando el joven completó: “¡Cómo Dios no me da un aparatito para lanzar rayos y poder mandarle uno al general Calles, otro a Obregón y otro más al patriarca (Joaquín) Pérez (y Búdar)!”.
En sus memorias, la Madre Conchita asegura que su respuesta ante tan violentas palabras, fueron: “Si Dios quisiera mandárselos, se los enviaría sin necesidad del aparatito ese, así como se lo mandó al aviador”.
Sin embargo, durante el juicio que se les realizó a la religiosa y a Toral después del asesinato del general Obregón, bajo juramento y ante la presencia del juez y los miembros del jurado ella aceptó que sus palabras textuales aquella ocasión habían sido: “¡Sí! ¿Qué mueran los generales Calles y Obregón, y también el patriarca Pérez”?
José de León Toral, por su parte, durante los interrogatorios públicos y estando presente la Madre Conchita, mencionó que las palabras exactas pronunciadas aquella ocasión por la abadesa fueron: “¡Dios sabrá lo que hace! Pero lo que sí sé es que para que se compongan las cosas en este país es indispensable que mueran Calles, Obregón y el patriarca Pérez”.
Un comentario que, según la propia confesión de Toral, había dejado una profunda huella en sus pensamientos y acciones posteriores.
“Estas palabras de la Madre Conchita, para mí, fueron fundamentalmente decisivas. No se lo llegué a manifestar a ella, pero desde el día siguiente me comencé a preparar para buscar la muerte del general Obregón”, declaró Toral durante el juicio.
Por lo anterior, tanto el juez Aznar Mendoza como los miembros del jurado decidieron condenar a la pena de muerte a Toral y a 20 años de prisión a la religiosa queretana pues, a decir del magistrado durante la lectura de su sentencia, “si ella no hubiera pronunciado esas palabras, José de León Toral jamás hubiera matado al general Obregón”.
Durante siete tormentosos días, del 2 al 9 de noviembre de 1928, en la municipalidad de San Ángel se desarrolló el juicio popular más sensacionalista del siglo XX en México. El juicio más controvertido desde aquél protagonizado en Querétaro por Maximiliano, Miramón y Mejía en el Teatro de la República de Querétaro.
Para evitar revueltas y desacatos, la policía circundó la plaza aledaña, sitio en el que cientos de curiosos, a toda costa, deseaban ver, aunque sea de lejos, al asesino del general Álvaro Obregón y a su demoníaca cómplice.
El día 5, el cuarto del llamado ‘Juicio del siglo’, un numeroso grupo de fanáticos obregonistas, encabezados por senadores y diputados del PNR, irrumpieron violentamente en el salón bajo el grito: “¡Viva el general Obregón! ¡Y mueran Toral y la ‘Monja Alférez’! ¡Mal rayo los parta! ¡Muera Toral! ¡Muera la Madre Tatiana!”.
Aprovechando la confusión, los recién llegados trataron de linchar a los acusados. A Toral, lo mismo le arrancaron mechones de su cabello que lo abofetearon ante la mirada aterrada del juez y los 28 integrantes del jurado. A la Madre Conchita le llovieron escupitajos y patadas que le causarían la fractura de la tibia de la pierna izquierda, una dolencia que la acompañaría por el resto de su vida.
Los diputados Gonzalo N. Santos y Marte R. Gómez, cabecillas de este asalto, se acercaron amenazantes hacia la monja para amenazarla: “¡Maldita monja!: ¡Te mandaremos a las Islas Marías, para que se sacien en ti los chacales y pagues con creces tu crimen!”.
Finalmente, la noche del 9 de noviembre, el secretario del Juzgado, Lic. Luis Lajous, leyó pausadamente el veredicto: “Después de haber escuchado las pruebas y refutaciones presentadas por ambas partes, este Tribunal Popular condena a José de León Toral, acusado de cometer materialmente el crimen del presidente electo de México, a la pena capital, la cual habrá de ejecutarse cuando lo solicite el agente del ministerio Público”.
La multitud congregada en el interior del recinto comenzó a multiplicar sus murmullos de sorpresa y aprobación.
“Asimismo -continuó el magistrado-, se condena a la señorita Concepción Acevedo de la Llata, acusada en su calidad de coautora del mismo asesinato, a sufrir la pena de 20 años de prisión, en el lugar que disponga y asigne la autoridad competente”.
En medio de la gritería, el juez concluyó su breve intervención: “El Tribunal Popular, señores, los ha encontrado a ambos acusados, culpables. ¡Se levanta la sesión!”.
Toral y la abadesa escucharon la sentencia sin inmutarse.
Sobre el escritorio del magistrado quedarían los papeles que, a falta de una autopsia, daban testimonio daban testimonio de la dudosa procedencia de trece orificios de entrada y salida en diferentes trayectorias y con tres, quizás cuatro o cinco tipos distintos de armas diferentes, en el cuerpo del general Obregón.
El cristero José de León Toral, se podía presumir, no sería el único que dispararía contra el presidente electo de México. O no al menos durante trece veces.
Sin embargo, en aquél restaurante, hoy convertido en monumento, este secreto quedaría bien guardado entre los más allegados al político sonorense.
El 9 de noviembre, José de León Toral, de apenas 28 años de edad, fue fusilado en el patio de la Penitenciaría del Distrito Federal, al tiempo que gritaba: “¡Viva Cristo Rey!”.
En tanto, Concepción Acevedo de la Llata sería conducida a la sección de mujeres de la cárcel de la ciudad de México, donde comenzaría a purgar la pena de 20 años de reclusión que le fue impuesta.
Escribió la queretana: “¡Era yo un autómata! ¡No sentía nada! Los ‘montados’ (policías) me miraban con unos ojos que daban miedo. Y en seguida pasé, por primera vez, la funesta reja, que sería mi tormento por largos años. Me condujeron a una celda, de la que más tarde supe era la crujía ‘Y’, y me encerraron en ella”.
La Madre Conchita permaneció en la Penitenciaría del Distrito seis meses, al término de los cuales fue trasladada al penal de las Islas Marías, localizadas en el Océano Pacífico, a 112 km de las costas del estado mexicano de Nayarit.
Durante su estancia en las Islas Marías, la religiosa fungió como ayudante de la directora del jardín de niños, profesora de primeras letras de varios reclusos y responsable de la pequeña biblioteca.
En el mes de mayo de 1933, la Madre Conchita se reencontró con un antiguo compañero cristero, Carlos Castro Balda, un recluso que acudía regularmente como lector a la biblioteca que ella custodiaba y que, después se sabría, coincidentemente habría sido quien enseñó a disparar a José de León Toral.
La pareja se fue enamorando y el 26 de julio de 1934, secretamente y en presencia de dos testigos se casaron.
En sus memorias, Concepción Acevedo justifica de esta forma su tan cuestionado matrimonio: “¿Por qué me casé? Sencillamente porque Dios manifestó, por las circunstancias que me rodearon, que tal era su voluntad”. Y explica: “Aun cuando a las monjas no les está permitido casarse, ya que al profesar hacen votos perpetuos para ser esposas de Jesucristo, existe una sola forma a través de la cual cesa absolutamente esta obligación. En un decreto pontificio, el Papa León XIII exime de sus votos solemnes a las profesas que por desgracia hubieran de salir del claustro, arrojadas por la violencia o ataque de la autoridad civil”.
El 18 de julio de 1928, tanto la Madre Conchita como sus compañeras de convento fueron arrojadas a la calle por la policía, lo cual -según interpretaba la religiosa- anulaba en ese preciso momento toda obligación de ellas con Dios, y las devolvía a la vida terrenal, con todos sus derechos como mujeres.
Sin embargo, varios católicos conservadores criticaron duramente a la queretana por no haberse reintegrado a la vida conventual una vez que obtuvo su libertad.
La Madre Conchita, que era prima del historiador queretano Manuel María de la Llata Villagrán, permaneció presa doce de los veinte años de su condena.
El 9 de diciembre de 1940, sólo nueve días después de que asumiera la presidencia de México el general Manuel Ávila Camacho, el único mandatario post revolucionario que aceptó abiertamente profesar la religión católica, la Madre Conchita fue liberada.
Desde entonces y hasta su muerte, ocurrida en 1978, vivió en compañía de su esposo, Carlos Castro Balda, en un pequeño departamento fatalmente ubicado en la avenida Álvaro Obregón, en la Ciudad de México.
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Fragmento del capítulo “la Madre Conchita: una mártir de México”, tomado del libro “Querétaro inédito (vol. III)”.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.