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El arte gótico, nació con funciones astronómicas similares, si no idénticas, a las de los monumentos egipcios. ¿Casualidad? ¿Y lo es también que todo lo que rodea la construcción de estas primeras agujas de piedra esté tan envuelto en el misterio como las propias pirámides?
En efecto, Catedrales como la de Chartres se erigieron en Francia a partir de 1130, y en menos de cien años, sin que hoy sepamos aún de dónde salieron tantos maestros en el nuevo arte de construir arcos ojivales, se ponen en marcha no menos de ochenta obras góticas. Sólo durante el período de edificación de Chartres otras veinte seos comienzan a levantarse a un ritmo trepidante, moviendo más cantidad de metros cúbicos de piedra que durante el tiempo de construcción de las pirámides.
Francia tenía en el siglo XII unos quince millones de habitantes y, pese a los efectos demográficos y económicos de las cruzadas, no faltaba dinero, recursos humanos e ingenio para acometer tantas obras. Los historiadores deben admitir la existencia de ciertas lagunas que impiden entender esta súbita fiebre catedralicia.
Estudiosos modernos, como Louis Charpentier –autor de cuatro ensayos sobre el problema que nos ocupa-, se llegarán a plantear como única explicación a semejante afán constructivo el hallazgo por parte de los caballeros de la Orden del Temple de un secreto fabuloso en Tierra Santa que inyectó conocimientos y recursos a una Francia depauperada. ¿Y qué secreto pudo ser aquel?
En febrero de 1969, se publicaba por primera vez en España un curioso libro: El misterio de la catedral de Chartres. En él su autor, Louis Charpentier –probablemente un seudónimo-, se preocupó por mostrar la existencia de un gigantesco “plan maestro” que explicara la repentina obsesión tardo-medieval por edificar catedrales en todo el norte de Francia. Para Charpentier, detrás de aquel ímpetu creador se ocultaban los caballeros del Temple, recién llegados de Tierra Santa con el propósito firme de crear sobre su país una suerte de modelo a escala de una región del cielo conocida como Virgo (algo similar al reflejo del cinturón de Orión en las pirámides de Egipto o las constelaciones de América de los mayas).
Charpentier da todos los datos. La ubicación, la comparación de cada catedral con su correspondiente estrella y hasta los detalles de magnitud. Pero no dice, tal vez de forma deliberada, explicar algo básico: el porqué. ¿Por qué imitaban los primeros templos góticos la constelación de Virgo y no otra cualquiera? ¿Quizá para justificar así la advocación de las nuevas seos a la Virgen? Aunque ciertamente el culto a Nuestra Señora se inicia en la cristiandad alrededor de esas fechas, esa respuesta –la del evidente vínculo entre las Notre-Dame terrestres y la Virgen celestial –no terminó de satisfacerme.
Pero debemos admitir que la idea esbozada por Charpentier no podía ser más sugerente. Según este autor con apellido de un gremio a fin a los templarios masones constructores, todas las catedrales erigidas bajo la advocación de Nuestra Señora entre los siglos XII y XIII en las regiones de Champaña, Picardía, Île-de-France y Neustria se diseñaron para representar sobre el suelo esa precisa constelación. Y lo hicieron –solo como una hipótesis- muy probablemente para continuar con una antigua tradición, milenaria, que buscaba imitar sobre el suelo lo que había en los cielos y obtener así el dominio sobre ciertas fuerzas de origen cósmico.
Los antiguos egipcios ya hicieron algo parecido al construir en la meseta de Giza sus tres grandes pirámides imitando el cinturón de estrellas de la constelación de Orión. ¿Otra casualidad? Orión, casi sobra recordarlo, era para ellos el lugar por donde el alma de los difuntos accedía al Amenti, al más allá, y la región estelar hacia donde navegaría el ka del faraón para completar su viaje al mundo de los muertos.
Semejante idea llegó incluso a Oriente, en concreto al Kurdistán iraquí, donde los seguidores de cierto califa llamado Yezid (siglo XI) marcaron siete lugares privilegiados, a través de los cuales creían que podrían alcanzar los cielos con ayuda de Lucifer.
Los yezidies escondieron esos enclaves bajo siete torres que imitaban la disposición de la Osa Mayor. Y afirmarían que esas “torres del diablo”- como las llamarían en adelante- cubrirían una superficie aun mayor que la dibujada por las catedrales francesas, extendiéndose por los actuales territorios de Irak, Niger, Siberia, Siria, Sudán, Turkestán y los Urales.
Los templarios debieron, pues, acceder a aquel saber y –si hemos de creer a Charpentier- levantaron sus catedrales siguiendo un diseño celeste similar, y poniendo en marcha un proyecto que superaba en complejidad arquitectónica todos sus precedentes.
Atención al dato: sólo el rombo que forma la silueta de Virgo sobre Francia, y que, en efecto, se obtiene uniendo con líneas rectas la ubicación de las primeras grandes catedrales góticas, se extiende sobre una superficie de 33,600 kilómetros cuadrados, y debió de requerir de sus constructores unos conocimientos geodésicos de la máxima precisión.
Es decir, dibujaron Virgo sobre un territorio mayor que el Principado de Asturias.
¿Debe entenderse que la disposición de los templos de Chartres, Amiens, Bayeux, Évreux y Reims imitando el plano de Virgo buscaba, en realidad, la construcción de un súper-talismán en ese territorio?
Desde luego, por lo que sabemos este es un conocimiento sumamente antiguo, ya que los egipcios lo conocían, como los teotihuacanos (ss. III-VII d. C).
O como el caso de los mayas(ss 750 a 500 a. C) en donde se han reflejado muchas de sus ciudades como un espejo del cielo.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.