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Según cuenta la Biblia, Jesús regresó de entre los muertos y caminó por el desierto durante 40 días antes de ascender al cielo. En esta ocasión indagaré en una parte de la vida de Jesús, apenas conocida, ya que el Nuevo Testamento cuenta muy poco acerca de este milagro fundamental de la fe cristiana.
Fuentes no bíblicas enterradas hace largo tiempo, como los evangelios apócrifos de Tomás y de María Magdalena, el Apocalipsis de Juan y los escritos del historiador judío Flavio Josefo han proporcionado detalles asombrosos sobre estos 40 días aparentemente perdidos.
El término «resurrección» [del sustantivo latino resurrectĭo, -ōnis; derivado del verbo resurgo (resurrexi, resurrectum -3ª declinación): levantarse, alzarse, resurgir, renacer] hace referencia a la acción de resucitar, de dar nuevo ser o nueva vida. Sea considerada un mito, una idea o un hecho, la «resurrección» constituye un símbolo de la trascendencia, que se relaciona en parte con la creencia, ya presente, en pueblos de la antigüedad, en la posibilidad de una «vida después de la muerte».
Pero la concepción bíblica del término «resurrección», que experimentó una evolución lenta a través de la Biblia hebrea, de los libros griegos del Antiguo Testamento, y del Nuevo Testamento, y que continúa presente en el judaísmo, en el cristianismo, y en el islam, no tiene punto de comparación con el ideario antiguo de inmortalidad típico, por ejemplo, de la concepción griega. Entendida en las Sagradas Escrituras primero como rescate del sheol (lugar donde van a parar todos los muertos), en algunos casos como retorno a la vida anterior, y luego como continuidad en la vida eterna de toda la persona humana, el vocablo «resurrección» termina por asumir con el cristianismo su acepción por antonomasia: la resurrección de Jesucristo, resultante de la experiencia de la Pascua, de la cual sigue por extensión la resurrección de los hombres.
Este punto, debatido
desde las primeras comunidades seguidoras de Jesús de Nazaret hasta nuestros días, es -sin dudas- el centro y piedra angular de la fe cristiana, tal como lo expresó taxativamente Pablo de Tarso a la comunidad griega de Corinto, reticente
a creer en la resurrección de los muertos: «Si Cristo no resucitó, vacía es nuestra predicación, vacía es también nuestra fe» (I Corintios 15:14).
Desde la antigüedad, la resurrección se consideró el símbolo más indiscutible de la manifestación divina, ya que se suponía que el secreto de la vida no puede pertenecer más que a la divinidad. El propio «sol inmortal», que cada noche descendía al «reino de los muertos», podía llevar consigo a los hombres y, al ponerse, matarlos. Pero también podía guiar a las almas a través de las regiones infernales, «resucitando» a la luz al día siguiente, con la mañana.
Cuando Asclepio, hijo de Apolo y de la mortal Corónide, semidiós de la medicina (al que los romanos llamaron Esculapio), instruido por el centauro Quirón en el arte de curar las enfermedades, alcanzó tales progresos que consiguió ser capaz de resucitar a los muertos, su ciencia llegó al punto de provocar las quejas de Hades. Zeus, temiendo que el arte de Asclepios trastornase el orden del mundo, fulminó al médico con un rayo. La «ciencia de la resurrección» era, pues, una ciencia prohibida.
Las «religiones del misterio», en particular los misterios de Eleusis, así como las ceremonias funerarias egipcias, testimoniaron una expectativa humana vivaz por la resurrección. Los ritos de iniciación a los grandes misterios eran símbolos de la resurrección esperada por los iniciados. Si algo tienen en común con la idea bíblica de resurrección que se discutirá en este artículo es que todos sitúan el principio de la resurrección fuera del poder del hombre.
Para los cristianos, el cuerpo resucitado es un dato de fe. La revelación no ofrece, ninguna explicación científica al respecto y no existen trabajos científicos sobre el tema de ninguna naturaleza. Pero algunos escritores han realizado sus propios tratamientos del tema.
José María Cabodevilla (1928-2003) reflexiona largamente en su libro «El Cielo en Palabras Terrenas» (Madrid: Ediciones Paulinas 1990) sobre el tema de la resurrección, la vida ultraterrena, el «cielo» ... ironizando que, si el «cielo» no existe, sufriría la «frustración por haber estado ocupado estos meses en un trabajo inútil, por haber escrito en balde doscientos folios sobre el cielo, un tema irreal para un libro ya impublicable [...]» (p. 255).
Sobre la resurrección, escribió Cabodevilla:
¿Se trata de una transformación límite de la materia en energía?
La ciencia actual tiene un concepto de la materia sumamente elástico: esta puede ser inconmensurable, imponderable, inextensa. La gran variedad de seres que pueblan el mundo se debe únicamente a la manera
de combinarse sus partículas elementales; todo se reduce a estructura. Esos mismos componentes pueden presentarse aquí como corpúsculos y allí como ondas. ¿Cómo ondas inmateriales? Inevitablemente tendemos a pensar
que para que haya ondas tiene que haber algo que ondule, es decir, un soporte o conductor de dichas ondas, lo mismo que hace falta la cuerda vibrante de un violín para que haya vibraciones. La física moderna niega tal necesidad. Koestler desafiaba
a sus oyentes a imaginar una vibración de la cuerda, pero sin cuerda, una onda de agua, pero sin agua, la sonrisa del gato de Alicia, pero sin gato.
La verdad es que no hace falta que algo sea imaginable para que sea verdad. El grado exigible para que algo pueda considerarse real, para que podamos afirmar que tiene entidad material, ha descendido bajo mínimos. Nada más amplio, nada más flexible y acomodaticio que el concepto actual de materia. Diríamos que la frontera entre lo que llamamos material y lo que llamamos inmaterial se ha hecho no sólo borrosa, sino incluso permeable.
¿Se puede esperar que la ciencia confirme la resurrección?
Así como la revelación
no proporciona ninguna explicación científica, tampoco debemos esperar que la ciencia confirme o esclarezca los hechos revelados. Pero sí cabe decir, al menos, que las teorías de la física moderna son tan sorprendentes, tan
extrañas al sentido común, tan inverosímiles como un dogma de fe. Nada imaginable o inimaginable contradice de suyo a las leyes de la naturaleza, sino solamente el exiguo conocimiento que podamos tener de las mismas. Nada atenta contra
las leyes de la naturaleza, sino únicamente contra el cálculo de probabilidades.
Hoy nos divierten o nos irritan ciertas cuestiones que la antigua escolástica solía
plantear acerca de los cuerpos glorificados. [...] Hoy hay quienes intentan demostrar que la relación entre onda y corpúsculo es algo más que una metáfora de la relación entre alma y cuerpo, y se plantean cuestiones que mañana
mismo han de divertir o irritar a la posteridad. Deberían saber ya que las metafísicas mueren casi siempre por su física y que las creencias pierden vigor en la medida en que andan buscando una prueba palpable donde afirmarse. En realidad,
se trata de algo totalmente ajeno a la fe, en cierta manera opuesto a la fe. Quienes siguen preocupándose por problemas de orden físico recuerdan a aquellas mujeres del evangelio que fueron con sus perfumes al sepulcro de Jesús: se preguntaban
cómo podrían mover la losa.
Sin renunciar a pensar sobre el tema de la resurrección, Cabodevilla señala que resulta vano el esfuerzo imaginativo del hombre.
La materia, sin dejar de ser materia, es asumida en la vida, y la vida, sin dejar de ser vida, es asumida en el pensamiento.
En el hombre hay pensamientos, hay funciones orgánicas, y hay una cierta cantidad de carbono, hidrógeno, calcio. ¿No cabría pensar en un nuevo nivel donde todo eso estuviera presente y a la vez transformado? [...] El cuerpo glorioso y el cuerpo terreno son tan diferentes y tan semejantes como un cuerpo terreno y su sombra. En una rosa no hay otros elementos distintos de los que ya existen en el suelo donde arraiga el rosal. Son las mismas sustancias, pero cernidas y refinadas y transmutadas. Desde esos cuerpos oscuros, pesadamente terrenales, intentamos vanamente imaginar cómo será, en qué consistirá aquello que Rilke llamaba «florecimiento de la carne».
Como dije al inicio de este artículo, es una parte de la vida de Jesús apenas conocida, ya que el Nuevo Testamento cuenta muy poco acerca de este milagro fundamental de la fe cristiana. Gracias a los evangelios apócrifos de Tomás y María Magdalena, el Apocalipsis de Juan y los escritos del historiador Flavio Josefo hemos conseguido descubrir detalles asombrosos sobre estos cuarenta días aparentemente perdidos.
“El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto…
María Magdalena es el equivalente femenino de Pedro en el círculo que seguía a Jesús Los dos se caracterizaban por su celo y su fervor.
Todos los discípulos excepto Juan, habían huido en el momento de la crisis, pero María Magdalena permaneció y fue testigo de la muerte de Jesús. Y después de los sucesos del Gólgota, participó en los preparativos de su entierro.
Es significativo que las mujeres fuesen escogidas para la segunda aparición de Jesús resucitado. Esto demuestra la importancia de la mujer en la vida de Jesús.
En esta época la situación de la mujer era muy lamentable, dado que en este tiempo la mujer era considerada por los judíos como ser inferior hasta tal punto que era comparada con un esclavo, pues tenía todas las características de este como por ejemplo, la podían comprar, o simplemente la podían intercambiar, esta debía someterse a las órdenes de su marido, y debía hacer todo simplemente por agradarlo a él.
Con respecto a la religión la mujer no podía entrar a la sinagoga, pues este era un ser impuro, que inspiraba deseo e incitaba al pecado. Ningún hombre podía hablarle a una mujer casada y ella debía regirse bajo las reglas de su esposo.
El hombre era quien tenía todo el mando sobre su familia, y la mujer era tomada con algo de respeto dependiendo de la cantidad de hijos varones que le diera a su esposo.
La posición que tomó Jesús frente a la mujer, fue la más sabia de un ser humano en esos tiempos, considerando la mujer como ser virtuoso y muy valioso.
Su nombre de nacimiento era Simón, pero recibió de Jesús el nombre de Pedro (Del griego πετρos, "piedra").
La aparición de Jesús a San Pedro consta solo en la I Corintios 15, 3-5. Parece ser que después de haber visto Pedro el sepulcro vacío se dirigió a su casa y allí sería el lugar, porque sucedió a él solo, antes que a los doce.
Cabe destacar que Lucas es el único en recordar esta aparición de Jesús a Cleofás y su compañero de camino, ¿Por qué Lucas es el único en recordarlo? Él pone un especial interés en las otras tradiciones no apostólicas, a diferencia de los otros evangelistas que recuerdan y se preocupan de estas tradiciones, porque la Iglesia mira a los Apóstoles como testigos de la resurrección de Jesús. Se dice que “duo ex illis” (dos de ellos). No se señala la causa por la que iban, pero parece que habían sido enviados por los discípulos, pues éstos eran enviados de dos en dos.
Es verosímil que se fueran por miedo a los judíos, sobre todo porque muerto ya Jesús, convenía que se reuniesen de a dos en el tiempo de la tentación, y estuviesen unidos uno a otro, no sea que se perdiesen estando solos. Por eso leemos: “Es mejor estar dos juntos que uno solo, pues les será provecho su comunión: si uno cae, será ayudado por el otro, si van solos y cae uno, no tendrá quien lo levante”. La palabra dice que “Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos”.
El domingo de la resurrección fue un día terrible en la vida de los Apóstoles; diez de ellos pasaron la mayor parte del día en el aposento alto tras puertas aseguradas. Podían haber huido de Jerusalén, pero tenían miedo de ser arrestados por los agentes del sanedrín si se los encontraban por la calle. Tomás estaba yendo a solas con sus problemas en Betfagé.
Los relatos evangélicos de la resurrección tienen una doble dimensión para los Apóstoles: Por una parte, tienen un aspecto probatorio. Ellos (Cleofás y a otro), por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
Asustados, sobresaltados, llenos de temor y dudas ilustra el hecho de
que aceptar la resurrección dependía de su fe y no de ninguna comprobación humana. Finalmente, los Apóstoles tuvieron la conciencia personal de que Jesús vivía.
Posteriormente
darán testimonio de su propia experiencia. Aportarán su vivencia de los hechos como testimonio de que Jesús estaba vivo. En segundo lugar, más allá de lo que es una experiencia personal, incluirán un contenido doctrinal
que representaría un avance sustancial en el conocimiento del pensamiento de Jesús.
Una semana después Jesús apareció de nuevo en el aposento alto en Jerusalén a los Apóstoles, pero esta vez ya estaba Tomás, quien no había creído en la resurrección de Jesús.
Tomás significa "gemelo". Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte.
Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás Apóstoles. Y cuando los otros le contaron que Jesús había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.
Tomás tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más, sin estar convencido. Quería estar seguro de su fe. Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias.
Como digo, estaban otra vez sus discípulos dentro, y -esta vez- Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado… Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!
La escena nos lleva a Galilea y a los discípulos, que han vuelto a sus actividades normales. Pescaban en el Mar de Galilea, cuando Jesús apareció a la orilla, y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, ¿quién eres? Intuyendo que era Jesús.
Esa noche no habían pescado nada. Jesús les dijo: “Lanzad la red al otro lado de la barca”. Y eso hicieron. Cuando sacaron la red estaba repleta de peces…
En esta aparición Jesús se apareció a más de quinientas personas, la mayoría de las cuales todavía vivían aun cuando Pablo escribió su primera carta a los Corintios. De manera que muchas de ellas todavía podían dar fe de que Jesús vivía.
Cada uno de los once Apóstoles estuvo presente, aunque alguno todavía dudaba. Sin embargo, Jesús en cuerpo glorificado se les acercó y les dio una especie de mensaje de despedida que envolvía una afirmación definitiva sobre su futura misión, y unas palabras de consuelo prometiendo siempre acompañarles dondequiera hasta la consumación de la edad ... No estarían solos. Jesús no les dejaría abandonados a su suerte, estaría con ellos todos los días hasta el fin.
Un gran acontecimiento tuvo lugar en la última aparición a sus discípulos y fue la Ascensión.
La última aparición corporal y la ascensión de Jesús al cielo ([Mr 16:19-20]; Lu 24:50-53; Hch 1:9-12). Según Lucas, Jesús llevó a los discípulos de Jerusalén a Betania; con sus manos alzadas los bendijo a la vez que subió al cielo. Según los Hechos, Jesús ascendió al cielo hasta ser escondido en una nube. Mientras ellos miraban, dos hombres les comunicaron la promesa del regreso del Señor a la tierra de igual manera. Conforme a los evangelios esta ascensión puso fin definitivo a las apariciones de Jesús. Así que la partida para siempre de la presencia física de Jesús es definitiva, pues entraría en una vida imperecedera, eterna, incomprensible y totalmente diferente.
Conviene analizar y sintetizar varios aspectos de estas apariciones de Jesús. En primer término, es interesante analizar el proceso psicológico que los diversos encuentros dejan entrever: Esa dificultad en reconocer la identidad de Aquél que está ante ellos, y aparece como Él mismo, pero al mismo tiempo como otro: un Jesús “transformado”. No es nada fácil para ellos hacer la inmediata identificación.
Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que ya no se encuentra en la condición anterior, y ante Él están llenos de vacilación y temor.
Cuando, luego, se dan cuenta de que no se trata de otro, sino de Él mismo aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento.
La resurrección se torna en el centro de la predicación apostólica porque, según los discípulos de Jesús, se revela en la resurrección el objeto fundamental de la fe cristiana (Hechos 2:22-32). Se trata del testimonio que los Apóstoles tributan a hechos que aseguran haber visto: que Jesús fue crucificado y murió; pero Dios lo resucitó. En correspondencia con lo anterior anuncian que, al igual que sucedió con Jesús de Nazaret, la vida de los hombres no termina con la muerte.
Tal es la predicación de Simón Pedro a los judíos (Hechos 3:11-15) y el testimonio de Simón Pedro y de Juan el Apóstol ante el Gran Sanedrín (Hechos 4:1-13).
Así también es la enseñanza de Pablo de Tarso a los judíos (Hechos 13:26-33 Hechos 17:1-3) y su confesión delante de sus jueces (Hechos 23:6). La predicación de Pablo a los atenienses también se centra en la resurrección, aunque por ello sufra el rechazo por parte de la mayoría de los griegos (Hechos 17:22-34).
Para los Apóstoles, todas estas predicaciones no son otra cosa que el contenido de la experiencia pascual de Jesús de Nazaret, que sucedió de conformidad con lo previsto por las Escrituras (I Corintios 15:3-10).
La versión de la Biblia es vaga e incoherente, y nos da pocas pistas sobre lo ocurrido realmente.
Los estudiosos debaten sobre si la Ascensión debe ser entendida literalmente o en alguna especie de sentido figurado. Sin embargo, Lucas insistía mucho en el carácter físico de la muerte y resurrección de Jesús porque al parecer quería que entendiéramos que se trataba de un acontecimiento físico. Así que Jesús, en realidad, se fue al cielo físicamente.
La Ascensión desde luego es todo un misterio. Nuestra reacción más normal ante historias como estas es mitificarlas y convertirlas en un filme, y es que es muy difícil estudiarlas bajo una perspectiva fría y calculadora, y además pensar que les sucedió a unos seres humanos.
Pero lo cierto es que pudo ser más real de lo que imaginamos, lo suficientemente real como para quedar registrada en la Historia. No sólo fueron los evangelistas los que hablaron de ella, fueron muchas las personas que lo vieron, y esa convicción les llevó a ese movimiento, a decir que no estaba muerto, que volvería.
No obstante, y como final, tengo que aclarar también que a lo largo de los siglos se han presentado diferentes razones para negar la realidad de la resurrección de Jesús y sus apariciones. Se han argumentado que se trataba de visiones subjetivas, de alucinaciones, de histeria, de un fantasma, de una tumba equivocada o de un desmayo en la cruz que dio a Jesús por muerto.
Sin embargo, para un servidor, nada de eso tiene sentido, si esto realmente no les hubiera pasado a sus seguidores, y, haberles dado la fuerza para predicar algo que de primera mano constataron, ante la adversidad de muchos enemigos, como los fariseos o los mismos romanos, la pregunta sería:
¿Para qué arriesgar la vida si nada de esto sucedió?
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.