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El general gobernó el país caribeño durante más de diez años y protagonizó dos golpes de estado.
Cuando Fulgencio Batista abandonó el palacio presidencial el 1 de enero de 1959, lo hizo en el más absoluto silencio. Amparado por la oscuridad y con las tropas revolucionarias a las puertas de La Habana. Partió acompañado por unos pocos seguidores y, según algunos, con cientos de millones de dólares como equipaje. La primera parada en su viaje la hizo Santo Domingo, desde donde poco después partió con dirección a Portugal para terminar llegando a España, donde finalizó su éxodo. Nunca jamás volvió a poner el pie en territorio cubano, aunque no por ello dejó de prestarle atención a la situación del país caribeño.
Recién cumplidos 60 años del triunfo de la Revolución Cubana, merece la pena recordar a uno de los dirigentes más importantes de la historia de la isla. Un hombre que, en suma, pasó más de diez años a la cabeza del Gobierno, protagonizó dos golpes de estado, mantuvo relaciones con la mafia, se enriqueció enormemente y terminó siendo derrocado para dar paso a otro dictador: Fidel Castro.
Primeros años
De niño, lo más probable es que Fulgencio Batista nunca imaginase llegar a ser presidente de Cuba. Nació dos años después de que la isla alcanzase la independencia (1901), y lo hizo en el seno de una familia sumamente humilde de la ciudad de Banes, un pequeño municipio ubicado en la provincia de Holguín. Su padre, Belisario Batista, trabajaba en una plantación de azúcar propiedad de la American Fruit Company. Una empresa que, ya en los primeros impases del siglo XX, comenzaba a ganar fuerza Hispanoamérica. Su madre, Carmela Zaldívar, fue una figura importantísima en los primeros años del futuro gobernante. Dulce y entregada por completo a sus hijos, su muerte tuvo un efecto muy profundo en el joven Fulgencio, que por entonces tenía 13 años.
«La infancia de Batista tuvo un final abrupto y trágico cuando murió su madre. Los miembros de la familia dicen que murió inesperadamente de una enfermedad antes de cumplir treinta años, aunque se desconoce la causa exacta de la muerte», señala el historiador Frank Argote-Freire en su obra «Fulgencio Batista: The Making of a Dictator».
Tras dejar los estudios, el joven Fulgencio probó suerte en una amplia variedad de oficios. Desde barbero hasta dependiente, pasando por agricultor o camarero. Su andadura en el Ejército Cubano comenzó en el año 1921. Sin embargo, esta no duró más de dos años antes de que se decidiese a dejarlo para terminar probando fortuna en una plantación de azúcar.
Tan poco le sonrió la suerte en este caso, por lo que decidió darle una segunda oportunidad a la vida castrense. Y fue entonces cuando comenzó a fraguarse una carrera de éxito como taquígrafo llegando a alcanzar el rango de sargento para 1928. No tardó en unirse a otros militares que confabulan para derrocar al general Gerardo Machado, quien gobernaba la isla bajo la protección de Estados Unidos. En agosto de 1933 Machado acabó dejando el Gobierno y siendo sustituido por Manuel Céspedes, quien poco después perdería la presidencia gracias a la Revolución de los sargentos, la cual estuvo liderada, entre otros, por Batista.
El futuro dictador se convirtió en general y en la figura militar más importante del país. Sin embargo, todavía tuvo que esperar unos cuantos años antes de convertirse en cabeza del Gobierno cubano. La oportunidad le llegó, finalmente, en las elecciones de 1940, en las que se alzó con la victoria de forma incontestable, gracias en parte, quién lo iba a decir viendo lo que pasó después, al apoyo de los socialistas de la isla. Permaneció en el poder durante 4 años antes de ser sustituido por Grau San Martín, del Partido Revolucionario Cubano Auténtico.
Tras pasar un tiempo en Estados Unidos viviendo a todo trapo entre Miami y Nueva York, Batista decidió volver a probar suerte presentándose a las elecciones de 1948. Sin embargo, acabó derrotado por el que fuera el sustituto de Grau dentro del Partido Revolucionario: Carlos Prío Socarrás.
A pesar de su derrota en las elecciones, Batista seguía con ganas de recuperar el poder. Sin embargo, para las siguientes elecciones en 1952, se encontraba en desventaja con respecto a sus competidores, por lo que se decidió a tomar el poder por las armas. Amparándose en la corrupción del Gobierno, organizó un nuevo golpe de estado que triunfó el día 10 de marzo y le encumbró de nuevo a la presidencia.
No tardaron en producirse varios ataques destinados a ponerle fin a su Gobierno. Entre estos el más conocido fue el liderado por un jovencísimo Fidel Castro, por entonces militante del Partido Ortodoxo, en el cuartel de Moncada en Santiago de Cuba. El ataque, como es bien sabido, acabó en fracaso. Castro acabó siendo juzgado y enviado a prisión, para poco después, gracias a una amnistía, partir hacia Estados Unidos para terminar afincándose en México, donde fraguó su futuro retorno a la isla como comandante del Movimiento 26 de Julio.
Durante su tiempo en Estados Unidos durante la década de los cuarenta, Batista entró en contacto con algunos de los hampones más importantes de su tiempo. Entre estos destacaba Meyer Lansky, un mafioso judío que había hecho fortuna durante la Ley Seca y que terminaría realizando importantes inversiones en la isla. Abrió varios casinos, e incluso llegó a ocupar un asiento dentro de la Comisión Nacional de Turismo del país caribeño. Todo ello, claro está, dejando para el dictador cubano un trozo del pastel.
«La Comisión de la Mafia a Batista era de 1,28 millones de dólares al mes. El cuñado del dictador controlaba a medias con la Mafia el negocio de todas las tragaperras y los parquímetros de la isla. La Cosa Nostra, por su parte, cada vez pensaba más a lo grande, con lo que después el batacazo fue estratosférico», explica el periodista Iñigo Domínguez en su libro «Crónicas de la Mafia» (Libros del K.O).
Durante su tiempo en la capital cubana, Lansky llevó a cabo la edificación de algunos de los hoteles más suntuosos de la isla. La joya de la corona fue el Riviera, que abrió sus puertas en 1957, el mismo año en que Castro comenzó a armar barullo en la Sierra Maestra.
Cuando Castro y los restantes 81 guerrilleros arribaron a Cuba, pocos, muy pocos, apostaban un dólar a que conseguirían hacerse con el poder. No era para menos, ya que según pusieron pie en la isla los soldados de Batista, que habían sido alertados sobre el intento de golpe de estado, barrieron a los guerrilleros acabando con la mayoría. Fueron muy pocos los que consiguieron sobrevivir y hacerse fuertes en la Sierra Maestra. Apenas unos diez combatientes entre los que se encontraban Raúl Castro, Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Estos tres fueron reconocidos dentro del movimiento con el rango de comandante; únicamente superados en el escalafón por Fidel, quien se autoproclamó «comandante en jefe».
La maltrecha guerrilla floreció en la sierra contra todo pronóstico. Fue nutriendo sus filas con campesinos oriundos de este escarpado y salvaje territorio y de obreros procedentes de los ingenios azucareros. A pesar de esto, eran conscientes de que no podían derrotar al Ejército Cubano en confrontación directa, por lo que decidieron permanecer ocultos y esperar su momento.
Poco a poco comienzan a surgir grupos urbanos afines al movimiento y Fidel va convirtiéndose en todo un ídolo de masas. El crecimiento de su figura viene de la mano de la progresiva pérdida de prestigio de Batista, quien ve como no solo se queda sin prácticamente apoyos entre la sociedad cubana, sino que también deja de contar con la ayuda de Estados Unidos, el país que le había estado surtiendo de armas hasta la fecha. Con la caída de la ciudad de Santa Clara en manos del Che Guevara a finales de diciembre de 1958 todo parece perdido para el general. Solo es cuestión de días que el dictador abandone La Habana para dejar paso los revolucionarios. Y ese día, finalmente, llegó el 1 de enero de 1959.
«Teniendo en cuenta las pérdidas de vidas, los daños materiales a la propiedad y el perjuicio evidente que se viene haciendo a la economía de la República y rogando a Dios que ilumine a los cubanos para poder vivir en paz, resigno mis poderes de Presidente de la República entregándolo a su sustituto constitucional. Ruego al pueblo que se mantenga dentro del orden y evite que lo lancen a ser víctima de pasiones que podrían ser desgraciadas a la familia cubana». Estas fueron las palabras escogidas por Fulgencio Batista para despedirse de Cuba. Comenzaba entonces un periplo que le llevó hasta España, donde pasó sus últimos años.
La muerte le llegó de improvisto el 6 de agosto de 1973. Se encontraba en una villa de Gudalmina (Marbella) pasando las vacaciones junto a su familia.
Sus restos fueron enviados rápidamente a Madrid para ser enterrados en el cementerio de San Isidro, donde todavía se encuentran en la actualidad.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.