A Relax Place
Ángela era una mujer poco agraciada. Su cuerpo era pequeño, obesa, de cara redonda, la nariz puntiaguda y enorme, la boca gruesa, los ojos saltones y para colmo de males era tan miope que casi caía en la ceguera. Su cuello era tan corto y regordete que parecía tener bocio.
Y sus papás tampoco le ayudaron mucho con el nombrecito con que la bautizaron, ya que la pobre niña llevó el nombre de María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera. ¿Lograste aprendértelo? Todo un auténtico trabalenguas. La pobre parecía estar totalmente dejada de la mano de Dios y de los hombres. Pero tenía una cualidad excepcional: cantaba tan hermoso como un ruiseñor. Y de hecho así le llamaron: “El Ruiseñor Mexicano”.
Nació en la ciudad de México, de origen humilde, aunque sus padres procuraron darle muy buena educación, motivando además sus inclinaciones artísticas. Le gustaba la poesía, tocaba el piano, componía, hablaba francés e italiano y por si fuera poco tenía un gran conocimiento de la historia de México, historia universal y geografía.
Su primera gran oportunidad la recibió a los 8 años, cuando cantó en público La Cavatina de Donizetti. Posteriormente estudió el Conservatorio Nacional de Música y en 1860 participó en la ópera El Trovador en el Teatro Nacional de la ciudad de México. El público quedó fascinado y recibió una tremenda ovación. Sin contar con más apoyo económico que el de su padre, viajó a España para tomar clases de canto con uno de los mejores maestros de la época. Después fue a Italia y en 1862 actuó en “Lucía de Lammermoor” ante el más difícil de todos los públicos, el de la Scala de Milán. El triunfo fue rotundo. Y esto le valió para luego ser invitada a cantar ante sus majestades Víctor Manuel II y su esposa, en una representación de “La Sonámbula” de Bellini. Cuentan los informes de los cronistas de la corte, que tal interpretación fue tan aclamada, que la Peralta tuvo que salir a agradecer a su público las ovaciones otorgadas 32 veces.
El público de aquella noche estaba repleto de autoridades políticas, artísticas y periodísticas que ni tardas ni perezosas alabaron la magnífica voz de la soprano mexicana. Sin embargo, no fueron los únicos que la vitorearon, pues después de Turín y la corte del rey Víctor Manuel II, le siguieron contratos para presentarse en Roma, Florencia, Bolonia, Lisboa y El Cairo
Al terminar esta gira, todas las ciudades italianas la hicieron su figura indispensable durante las temporadas de ópera entre 1863 y 1864; cosa que raramente sucedía, salvo con las grandes excepciones, como es el caso de Ángela Peralta. Pero no sólo Europa la aclamaba y pedía, sino que también su misma patria. El Archiduque de Austria, Fernando Maximiliano, le hizo la cordial invitación para que volviera a México en calidad de figura primerísima del Teatro Imperial Mexicano. El 20 de noviembre de 1865 la ciudad de México se vuelca para recibirla.
Actores de la academia de Bellas Artes, estudiantes del Colegio de San Carlos, intelectuales, artistas, gobernantes, la anónima masa y, por supuesto, su familia, salieron a darle la bienvenida después de un intensísimo viaje en el que cosecha muchos de sus más grandes triunfos. Una vez en México continuó sus estudios y sus exitosas presentaciones en diversos escenarios mexicanos, volviendo posteriormente a Europa donde duró cuatro años y medio en su exitosa carrera.
Ángela Peralta también tuvo su momento. En abril había llegado a la Ciudad de México una compañía de ópera que llevaba a Enriqueta Sontag como prima donna; luego de una larga temporada que corrió de ese mes a junio de ese año, y estando un día en su hotel, llegó a oídos de la cantante el rumor de que había una niña que la imitaba maravillosamente bien; muy probablemente -pareciéndole divertido escucharla- la mandó traer para tal efecto. En los apuntes biográficos que hace su coetáneo Agustín F. Cuenca en su libro Ángela Peralta de Castera. Rasgos biográficos, México, 1873, asienta que en cuanto la Sontag la escuchó, con ciertas reservas, la colmó de besos, la elogió, le regaló una pieza de música y le dijo: Si tu padre te llevase a Italia, serías una de las más grandes cantantes de Europa. Es probable que ella misma la hubiera llevado a Europa para que se educara, sorprendida de las dotes de la pequeña de tan sólo 9 años de edad, pero sucedió que un par de días después, Enriqueta Sontag murió en la Ciudad de México, víctima del cólera morbus del que se había contagiado al asistir a un paseo a la feria del pueblo de Tlalpan. En los años subsecuentes Ángela continuó sus estudios de canto con el maestro Agustín Balderas, y de piano y composición con Cenobio Paniagua. También se convirtió en una ejecutante ejemplar del arpa.
Esta elevada preparación se hizo evidente cuando tiempo después, la soprano se dedicó también a componer.
Sorprende saber que la cantante hizo su debut oficial a la edad de 14 años cuando los discípulos del maestro Balderas pusieron en escena El Trovador, de Verdi, en una función de beneficencia que se llevó a cabo el 18 de julio de 1859 en el Gran Teatro Nacional. Ángela representó el papel de Leonor. Los periódicos de la época describen su voz como extensa y homogénea y de timbre delicado y simpático. Parece que los años dedicados a su educación ahora mostraban con toda su fuerza lo que estaba por venir. De hecho, a raíz de este éxito rotundo y de los constantes comentarios al respecto, su padre, don Manuel Peralta, decidió finalmente establecerse en Italia con su hija y su maestro, Agustín Balderas. Y luego de no pocas dificultades, hacia allá partieron en 1861, según relata el hermano de Ángela, Manuel Peralta y Castera.
Llegaron en febrero y en abril de ese mismo año, una revista de Cádiz, publicaba lo siguiente:
“Seguramente mis lectores no han dejado de oír hablar de una cierta República situada allá lejos y que tiene por nombre México, donde suele tratarse a los europeos de una manera bastante marcial, y a los españoles como a gente de caza, degollándolos sin gran ceremonia. Pero lo que mis lectores no saben tal vez es que México es tierra capaz de producir voces admirables, y que arrepentido de los pecadillos que ha solido cometer contra su madre patria, nos ha enviado como regalo y prenda de reconciliación una soprano que debe bastar para perdonar a México sus desafueros, siempre que se obligue a no reclamarla jamás…”
“Si es verdad como aseguran, que la señorita Ángela Peralta va a Italia, a completar en Milán y en Roma su educación musical y se dedica alguna vez al teatro, desde ahora le predecimos que su nombre no será conocido, porque por donde quiera que vaya no lo conocerán por otro que por el de Ruiseñor Mexicano …”
J. Equino. Revista de Cádiz 7 de abril, 1861
El crítico, quien firma como J. Equino, la describe como una niña que, no teniendo más de 16 años, posee una voz maravillosa y que, apenas habiéndole escuchado unas cuantas piezas en Cádiz como el aria de La Sonámbula, de Bellini, entre otras, había sido “…Muy bastantes para poder juzgar de su admirable voz y de la prodigiosa flexibilidad de su garganta que supera a cuanto puede idearse… Su voz de pecho nos ha parecido que puede ir sin fatiga hasta el re natural y aún más arriba todavía, en cuanto a los puntos superiores flauteados no nos atrevemos a decir a donde alcanza por temor de que se nos trate de visionarios… - que lo fueron - …pero lo que más importa todavía es que esta voz, sumamente igual, sin registros dobles y triples, es de una fuerza y al mismo tiempo de unas manera extremada, de una afinación exquisita y de una flexibilidad tal y de una facilidad de ejecución tan portentosa que puede desafiar sin temor alguno a las más afamadas.” J. Equino escribió su reseña con la naturalidad con que escribía todas las de espectáculos, sin saber que estaba bautizando a la figura femenina del medio artístico más importante del México del siglo XIX: “Desde ahora le predecimos que su nombre no será conocido, porque por donde quiera que vaya no lo conocerán por otro que por el de Ruiseñor Mexicano”.
Pasaron cinco años. En tanto México se debatía en una enconada lucha por repeler la invasión francesa y restaurar la República, la Peralta trazaba su carrera en Europa, pisando los escenarios de Milán, Turín, Reggio, Pisa, Bérgamo, Cremona, Lisboa, Lugo, Alejandría, Génova, Nápoles, Grecia, Módena, Petrogrado, Madrid, Barcelona, Nueva York y La Habana, entre otras ciudades; y en todas ellas representó las piezas que consideraba de sus favoritas: “Aída”, “El trovador” y “La Traviata”, de Giuseppe Verdi; que a “La sonámbula”, “Norma” y “Los puritanos” de Vincenzo Bellini; “Lucía de Lamermoor”, “La Hija del Regimiento” y “Elixir de amor” de Gaetano Donizetti; “El barbero de Sevilla”, de Rossini; “Marta”, de von Flotow.
Los siguientes años de su vida las pasó entre Europa y México. Parecía que nada podía frenar su brillante trayectoria. Pero en 1882,
después de una gira por Monterrey, Saltillo y Durango llegó a Mazatlán. El ayuntamiento del puerto, al saber de la llegada del ruiseñor mexicano, aprobó los gastos que fueran necesarios para recibirla dignamente. Se alquiló
el teatro Rubio para ofrecerlo a la diva, se engalanó el muelle y se le recibió con el himno nacional. Ángela fue llevada en un hermoso carruaje hasta el hotel, aclamada a su paso por una gran multitud. Ella salió al balcón
y saludo al pueblo, que se agrupaba al frente del edificio. Aquello parecía la antesala de un gran triunfo, ya que a Peralta la acompañaban 80 artistas, en su mayoría italianos.
Un poco antes
de la llegada de Peralta a Mazatlán, las autoridades habían cometido un grave error. En uno de los barcos que llegaron al puerto murió un norteamericano portador de fiebre amarilla. Las autoridades conocieron bien el caso, y aun así
permitieron que el cadáver fuera bajado a tierra y sepultado en el panteón local. Esto dio origen a una gran epidemia que rápidamente se propagó por el puerto.
El 23 de agosto se realizó
la primera presentación de “El trovador”, más el público fue escaso, ya que corrían alarmantes rumores sobre la propagación de la fiebre amarilla. Se dice que en esos días no había prácticamente
ninguna familia que no tuviera a alguno de sus miembros enfermo. Todos se encerraron en sus casas. Nadie quería salir y mucho menos ir a lugares de reunión. El puerto se convirtió en un lugar desolado y las familias adineradas escapaban
del lugar. Luego cayó enfermo el director de escena y uno de los maestros del grupo, quienes fallecieron días después. La fiebre amarilla se ensañó con toda la compañía de ópera. De los 80 miembros que
la formaban tan solo 6 lograron sobrevivir. Ángela Peralta también fue una de las víctimas. Su última voluntad fue casarse en su lecho de muerte con su amante, don Julián Montiel y Duarte. Uno de los testigos cuenta que uno
de los artistas de apellido Lemus, sostenía a Ángela por la espalda y en el momento que el juez hizo la pregunta de si “aceptaba a don Julián por esposo”, el Sr. Lemus movió la cabeza de la enferma”. Muchos afirman
que ella ya estaba muerta.
Fotos de los documentos: En el Teatro Ángela Peralta (museo) en Mazatlán.
En la biografía de Ángela Peralta publicada en 1944, A. de María y Campos comenta que en el libro de La Scala 1778-1906 se hace mención del debut de Peralta en sus escenarios y califican el estreno de Lucía de Lamermoor, con ella como prima donna, como mediocre. Sin embargo, en el recuento de los diarios de la época de todos los sitios donde actuó, el común denominador es la cosecha de éxitos. Sus notas se escucharon en Turín, en España, Lisboa, Bolonia, en Alejandría, en Reggio, Pisa, Bérgamo, la tierra del gran Donizetti y donde el hijo de éste, llorando, le dijo a Peralta que lamentaba la muerte de su padre pues no había tenido oportunidad de escuchar a la mejor intérprete de su divina ópera. Y en todos esos lugares se da cuenta del éxito rotundo: el Corriere di Torino, Revista de Cádiz, Correspondenza di Bergamo, L’Arpa di Bologna, el Diario de la Marina y el Teatro de Tacón, en La Habana; The Daily Tribune y L’Unione en Nueva York, entre muchas otras publicaciones. Cuando Ángela Peralta volvió a México, llegó a un país invadido por los franceses y con la existencia de un imperio mexicano: el de Maximiliano de Habsburgo. La estela de triunfo que traía la soprano era grandiosa, de tal forma que en su primera función de beneficio en la Ciudad de México, el emperador austríaco debía asistir, pero otros asuntos se lo impidieron, por lo que le envió una carta que leyó el Primer Secretario de Ceremonias del Imperio, don Celestino Negrete, y cuyo contenido cubría aún más de gloria a la artista, pues además de que Maximiliano le ofrecía encarecidas disculpas por no poder asistir a dicho concierto, le obsequiaba en recuerdo de esa fecha un aderezo de brillantes y le otorgaba el nombramiento de Cantarina de Cámara.
En realidad, estas deferencias imperiales produjeron un amargo sabor de boca a una parte de la sociedad mexicana que gustaba del bel canto, ya que consideraban una nota sombría en la carrera de la joven cantante que aceptara tales obsequios, según escribió el liberalIgnacio Manuel Altamirano:
“Toda la frescura de los laureles que Ángela Peralta había traído de Europa, se marchitaba tristemente, vergonzosamente, ante la aceptación de ese nombramiento de una corte bufa y “oprobiosa”.
Sin embargo, eso era un gesto común, pues al final de cada función, los organizadores acostumbraban regalar a la artista piezas de orfebrería labradas en oro o plata y con incrustaciones de piedras preciosas, cuando no, una hermosa águila formada en Zacatecas con onzas de oro y en base de plata, o bien una tarjeta de oro, cincelada y con una dedicatoria como inscripción, entre otros objetos. No parece que este hecho haya afectado de ninguna manera la brillante carrera con la que volvía de triunfar en Europa y cuya fama y aceptación creció también por las expresiones de generosidad que caracterizaron a la joven artista que organizaba beneficios para reunir fondos para los pobres; y sumado a esto, se dio el gusto de recorrer cuanto pueblo quedara a su paso itinerante para complacer, para embelesar a todo cuanto quisiera escucharle. Aun cuando a la Peralta se le esperaba en todo el país con entusiasmo, no era posible que realizara giras largas, dada la situación política que estaba en plena crisis por la ocupación imperial durante el gobierno del presidente Juárez; sin embargo, esto no impidió que efectuara giras breves. La primera la hizo a Puebla. En abril de 1866 comenzó a viajar por el interior de la República; y no debe haber sido nada grato el periplo, considerando que aún no había las vías férreas necesarias, por lo que los trayectos se recorrían en guayines y diligencias. Antes de partir para Puebla, el 20 de abril se casó con su primo Eugenio Castera, y luego de la misa, ofrecieron un desayuno de atole y tamales. De este matrimonio se tiene poca noticia, salvo que ella sufrió malos tratos por parte de él y que éste perdió la razón hasta que tuvo que ser internado en un hospital psiquiátrico.
Su versatilidad la convirtió también en compositora y quienes la conocieron cuentan que algunas de sus canciones nacían con la tristeza que la embargaba por el mal trato que sufría por parte de su esposo y por los problemas que conllevaban las alucinaciones mentales que éste padecía, de tal forma que ni fama ni fortuna la consolaban. Algunas de estas piezas de su autoría fueron publicadas en 1875 bajo el título Álbum Musical de Ángela Peralta. Contiene 19 composiciones que van desde la mazurka, los valses, las polkas, las danzas, las romanzas o los chotís: Né m’oublie pas, Pensando en ti, Nostalgia, Io t’amero, Eugenio, Margarita, Un recuerdo a mi patria, Adiós a México, El deseo, Sara, México, Ilusión, María, Retour y Loin de toi, entre otras.
Con el paso de los años México comenzó a cambiar y con él, las buenas costumbres del teatro. Éste dejó de ser un acontecimiento de bombo y platillo y comenzó a perder el brillo y la elegancia que otrora lo caracterizara. Las mejoras en el uso de las lámparas de gas permitieron dejar en la penumbra el teatro para darle mayor perspectiva al escenario, pero ello no gustó a la concurrencia, pues le impedía deleitarse con los atuendos de las asistentes. También por esas épocas se estrenaron los telones de anuncios, lo que muchos consideraron un agravio tremendo, porque a las escenas sublimes de Fausto y Margarita caía un telón anunciando chocolate o pastillas para la tos. Parecía como si preparara el acto final en la vida de la Peralta, quien había comenzado a sentir el alejamiento del público que la señalaba porque, luego de haber enviudado, había desarrollado una sospechosa cercanía con Julián Montiel y Duarte, el poeta, compositor y licenciado, mentor y enamorado de la cantante.
Fue inhumada con el traje de La Sonámbula, una de sus óperas predilectas.
Fue el 13 de septiembre de 1866, se inauguró el teatro Degollado ubicado en la ciudad de Guadalajara, cuando se presentó la ópera "Lucía de Lammermoor" de Gaetano Donizetti, donde participó la soprano y actriz Ángela Peralta, que en ese tiempo era una artista muy afamada en México y el extranjero.
El señor José Luis Jiménez, periodista mazatleco aficionado a la ópera, llevaba un diario donde refiere los detalles de cómo se desarrolló la impresionante ceremonia matrimonial, donde la Peralta casa en hecho de muerte: “Eran la diez y cuarto de la mañana, en la habitación número 10 del Hotel Iturbide, uno de los artistas de apellido Lemus, sostenía a doña Ángela por la espalda y en el momento en que el juez hizo la pregunta sacramental: —¿Acepta a este hombre por esposo? Lemus movió la cabeza de la enferma en señal afirmativa. La cantante prácticamente estaba ya muerta y tengo la seguridad absoluta de que no se enteró de la importancia del acto… Sin perder detalle de cómo sucedieron los hechos, continúa el narrador: “Se vistió el cadáver con ropa de alguno de los personajes que en vida había interpretado la diva mexicana, y, según se dijo entonces, también se le colocaron sus mejores joyas. El cadáver fue trasladado a la necrópolis mazatleca, en trayecto rápido, esquivándose las principales calles del puerto, en carroza ordinaria, sin ofrendas florales, formando el cortejo, don Julián Montiel, don Bartolomé Carvajal y Serrano, propietario del Hotel Iturbide donde se alojó y cerro el pico “El Ruiseñor Mexicano”, don Guadalupe Cota, celador de la Oficina de Rentas del Estado, dos artistas de la Compañía, cuyos nombres se ignoran, y algunas otras personas que se atrevieron a sumarse a la modesta comitiva.” Bajó a tierra el cadáver de Ángela Peralta a las cinco y media de la tarde, en medio de un silencio impresionante, atmósfera pesada, calurosa, que impedía respirar; el cielo alto, encendido, sin nubes, las olas deshaciéndose en montañas de espuma al llegar al Malecón desierto.
El periodista don Rafael Martínez, gestionó durante años, que los restos de Ángela Peralta fueran trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres de la Ciudad de México, por fin lo consiguió. El 11 de abril de 1937 fueron inhumados los restos de Ángela Peralta. Descubierta la bóveda, se extrajo el ataúd de madera, destruido por la humedad en sus bases y paredes laterales, permaneciendo intacta la cubierta y las costillas de zinc del modesto féretro. A su llegada a la Ciudad de México, durante varios días se le estuvieron tributando honores, primero en el Conservatorio Nacional de Música, en donde se les puso la capilla ardiente, después en el Palacio de las Bellas Artes de donde se trasladaron para conducirlos al Panteón Civil, el 23 del mismo mes de abril. Vinieron a quedar junto a las tumbas de los grandes poetas Luis G. Urbina y Amado Nervo. Este fue el triste fin de quien tanta alegría departió y supo llevar muy en alto el orgullo del talento mexicano. Por eso fue a reposar donde descansan los grandes hombres y las grandes mujeres de México.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.