LOS MOTIVOS DEL ESCUDO discurso

Discurso Pronunciado por el Lic. José Vasconcelos Calderón; ante la Confederación Nacional de Estudiantes

Jóvenes amigos:

Respondiendo a su indagación reciente, paso a ma­nifestarles lo que sigue:

El hallazgo de un lema que complementara el nuevo escudo de la Universidad Nacional de México, me re­sultó indispensable para formular el propósito y la orien­tación de la Universidad que se lanzaba al destino por el impulso de la Revolución. Me tocó rescatar nuestro primer instituto tradicional de enseñanza, de manos de la barbarie carrancista que por decretos de fuerza se había apoderado de la escuela de Barreda, combatida por nosotros, sin embargo, muy superior a lo que esta­ba siendo deshecho.

Los asaltantes, en efecto, habían convertido nuestra Preparatoria en mala replica de una secundaria protestante norteamericana. De rector funcionaba un abogado conocido en el foro por sus astu­cias curialescas, pero cabalmente inculto y sin otro título para el mando, que su vieja camaradería con el Carranza de los tiempos en que ambos fueron incondi­cionales servidores de la dictadura.

Los profesores habían sido reclutados en las segundas filas del normalis­mo, que por su índole popular ganó influencia dentro de los círculos políticos de la Revolución, pero que en general, carecía de preparación académica. Aquellas sub-­almas, por lo mismo, se habían vuelto materia plástica frente al programa extranjero de deformación de nuestra índole nacional. Resultaba urgente salvar las esencias de nuestra propia cultura, librándonos de aquella medio­cridad sin cohesión y sin medula y para hacerlo era menester integrar una nueva ideología. Mediante ella se evitaría el paso, el peligro de recaer en las doctrinas políticas del porfirismo que la propia Revolución había combatido desde la época de la claridad maderista, a saber: la evolución spenceriana, el cientificismo de Jus­to Sierra y el materialismo de Comté.

Era urgente de­mostrar que la Revolución poseía capacidades propias y empeño en escalar las más altas cumbres del espíritu, sin perjuicio de dedicarse a satisfacer los intereses de los humildes. Tan precisa fue esta última tendencia, que todo lo que hoy se dice, de orientar la Universidad hacia las metas de la justicia social, no es más que un "refrito" de las declaraciones revolucionarias que cual­quiera puede leer en la colección de mis discursos uni­versitarios de la época. Nos pusimos, pues, a trabajar en el doble aspecto social y espiritual, pero sin demagogia, porque contábamos con timbres suficientes de distinción y de sacrificio en la lucha, para no tener que descender a la adulación servil de las multitudes. Trabajamos para las masas, pero sin subordinarnos a sus criterios confu­sos. menos aún al juicio de lidercillos y agitadores. Al contrario, procurábamos dar a la masa temas de ascen­sión para llevarla, junto con los universitarios, a las cimas esplendorosas de la sobrehumana sabiduría. Había que comenzar dando a la escuela el aliento superior que le había mutilado el laicismo, así fuese necesario para ello burlar la ley misma. Esta nos vedaba toda referencia a lo que, sin embargo, es la cuna y la meta de toda cultura; la reflexión acerca del hombre y su destino frente a Dios.

Era indispensable introducir en el alma de la enseñanza el concepto de la religión, que es conocimiento obligado de todo pensamiento cabal y grande. Lo que entonces hice equivale a una estrata­gema. Use de la vaga palabra espíritu, que en el lema significa la presencia de Dios, cuyo nombre nos prohíbe mencionar, dentro del mundo oficial, la Reforma protes­tante que todavía no ha sido posible desenraizar de las Constituciones del 57 y del 17. Yo sé que no hay otro espíritu válido que el Espíritu Santo; pero la palabra santo es otro de los términos vedados por el léxico ofi­cial del mexicano. En suma, por espíritu quise indicar lo que hay en el hombre de sobrenatural y es lo único valioso por encima de todo estrecho humanismo y tam­bién. por supuesto. más allá de los problemas económi­cos que son irrecusables, pero nunca alcanzarían a normar un criterio de vida noble y cabal. Para acabar de entender el lema, sin embargo, es preciso recordar la época en que se inventó: el carrancis­mo había caído desacreditado frente a la cultura, en ge­neral por su ramplonería, y en particular por el máximo pecado de haber suprimido, en torpe emulación de lo norteamericano, el antiguo Ministerio de Educación. Fue pues. indispensable, en consecuencia y como primer paso de una restauración civilizadora, volver a crear el Ministerio de Educación Pública, pero ya no según el plan raquítico de la era porfiriana, reducido al Distrito Federal y los Territorios, sino de manera ancha y generosa, con acción sobre todo el territorio de la patria. Al impulso de esta exigencia, la Universidad empezó a crecer. Hasta que fecundada por la Revolución hallóse convertida de hecho en Secretaría y enseguida, por su influjo, provocó la reforma constitucional que trajo a la existencia el primer Ministerio de Educación Pública Federal de nuestra historia. A la Universidad de entonces, que no se ufanaba de autonomías hipócritas, sino que estuvo bien centralizada bajo el puño de su rector, debe la patria su primer Ministerio de Educación Pública Nacional. Gustan de olvidar esto los menguados que urdieron su falsa autonomía para desviar la Universidad del mo­vimiento vasconcelista, la página más noble de la histo­ria política universitaria. y para terminar, como lo con­siguieron, haciendo de la Universidad otro apéndice de la misérrima y confusa burocracia nacional. De todas maneras, la Universidad dio a luz, con la Secretaría, una hija que pronto la superó en fecundidad y estatura, y a la cual ya nadie disputa el derecho a la vida y la esperanza de que cumpla su misión de ilus­trar al pueblo de la República. En lo espiritual, siguió la Universidad contemplando desde arriba el panorama nacional y lo encontró peque­ño. Y así es como, a su propia hija, la Secretaría le transmitió el escudo que recientemente había creado.

¿Qué es el escudo? El escudo es, en primer lugar, una protesta en contra de aquel pequeñito anhelo que arrodillaba a la juventud en lo que se llamó el altar de la patria jacobina. Altar sin Dios y sin santos. Altar en que muchas veces el caudillo sanguinario ha suplan­tado al héroe y al santo. Altar que, en todo caso, está cerrado con techos de concreto a la penetración de los efluvios que vienen de lo alto. Y luego, ¿cuál patria?; no la grande que compartimos con nuestros mayores del imperio universal español, sino la muy reducida en el territorio y en la ambición, que es el resultado de los errores del periodo de formación que nos costara la pérdida de Texas y de California. Después de la Revo­lución, que tantas esperanzas engendró porque no se li­gaba con ningún pasado sombrío; porque en sus co­mienzos no intentaba continuar la Reforma sino rectificar la Reforma, resultaba indispensable provocar el creci­miento del alma nacional. Y ya que no podíamos re­conquistar territorios geográficos, no quedaba otro recurso que romper horizontes y ensanchar el espacio ideal por donde el amor, ya que no la fuerza, pudiera conquistar heredades del espíritu, más valiosas a me­nudo que la disputada soberanía territorial. El paso in­mediato, en consecuencia, era obvio: reemprender el esfuerzo ya secular pero abandonado y saboteado por las dictaduras nacionalistas, de ligar nuestro destino con los países de nuestra misma estirpe española, en el resto del continente. La independencia del sur, con Bolívar, con San Martín, había engendrado no sólo nacioncitas, a lo libe­ral británico; también había inventado el anhelo de constituir con los pueblos afines por el lenguaje y la religión, federaciones nacionales poderosas. Nosotros no pudimos conservar ni siquiera la confianza de Centroamérica, a efecto de haber construido una vigorosa fede­ración del norte, aliada con el grupo disperso de los pueblos ilustres de Las Antillas. Todo por culpa de las dictaduras y de la confusión doctrinaria de la Reforma, que en su odio a España, nos deformó el patriotismo subordinándolo al recorte territorial y a la mentira de una soberanía fingida. Rota, desde hacía tiempo, nuestra solidaridad con los hermanos de la América Española y de España, un sentimiento reducido e intoxicado además de falsas pa­trioterías, mantuvo en opresión nuestros pechos hasta que la Revolución despertó exigencias nobles, informes. Ensancharlas era el deber de la Universidad. Símbolo gráfico de esta eclosión del alma mexicana, fue el diseño del escudo entonces nuevo, cuya historia estoy descri­biendo. Consta el escudo de dos elementos inseparables: el mapa de América Española que encierra en su fondo, y el lema que le da sentido. Por encima del encuadra­miento, un águila y un cóndor reemplazan el águila bifronte del viejo escudo del Imperio Español de nues­tros padres. Ahora, en el escudo, el águila representa a nuestro México legendario, y el cóndor recuerda epopeya colectiva de los pueblos hermanos del continente. Figurada de esta suerte la unidad de nuestra raza, sólo faltaba pedir al Verbo una expresión que marcara la ruta de los destinos comunes. Me vino ésta, de súbito, fue la voz de un anhelo que se rehacía en la Universi­dad v había de retumbar por todos los confines de la lengua: es el lema un compromiso quizás demasiado ambicioso.

POR MI RAZA HABLARA EL ESPÍRITU, es de­cir, deberemos ser algo que signifique en el mundo. Y en primer lugar dije raza porque la tengo, la tenemos. Nuestra raza. por la sangre, ya se sabe, es doble, Pero sólo en México, en el Perú, en el Ecuador, donde hay indios. En el resto de América nuestra raza es una mezcla de base latina, española e italiana que no excluye una sola de las variedades del hombre; ni el negro del Brasil, ni el chino de las costas peruanas. Una raza compuesta que lo será más aún en el futuro. De allí la tesis de la raza cósmica que implícitamente está con­tenida en el escudo y que hoy anuncian historiadores como Toynbee, como fatal conglomeración humana en todo el planeta. Pero por lo pronto, hay que comenzar recordando que somos latinos. Dentro de lo latino, nos impelen hacia adelante los gérmenes de las más precia­das civilizaciones: el alma helénica y el milagro judeocristiano. El derecho de la Roma pagana y la obra civilizadora y religiosa de la Roma católica. En nuestro abolengo hay nombres envidiados de to­das as naciones. como Dante Alighieri, magno poeta de todos los tiempos. En nuestro pensamiento hay torres como Santo Tomás y San Buenaventura. Y particular­mente en la América nuestra, del Paraguay a California, es el cordón franciscano la disciplina de la obra civilizadora que todavía se prolonga y que no hubiera alcanzado sin el esfuerzo quijotesco que guió la Con­quista.

Raza es, en suma, todo lo que somos por el espíritu: la grandeza de Isabel la Católica, la Contra­rreforma de Felipe II que nos salvó del calvinismo, la emancipación americana que nos evitó la ocupación in­glesa intentada en Buenos Aires y en Cartagena y que, con Bolívar. fijó el carácter español y católico de los pueblos nuevos. Nuestra raza es, asimismo, toda la pre­sente cultura moderna de la Argentina, con el brío constructor de los chilenos, la caballerosidad y galanura de Colombia. y la reciedumbre de los venezolanos. Nuestra raza se expresa en la doctrina política de Lucas Alamán, en los versos de Rubén Darío y en el verbo ilu­minado de José Martí.

Todo esto es lo que el lema contiene y coordina para encaminarlo hacia la grandeza imperial. Nos despierta el emblema el orgullo fecundo y la ambición noble de los pueblos que no se contentan con recibir hecha la historia, sino que la engendran, la conforman, le imprimen grandeza. Quise, en fin, dar a los jóvenes por meta, en vez de la patria chica que nos dejó el liberalismo, la patria grande de nuestros parentescos continentales. Todo esto se halla en el lema que ahora está encomendado a la defensa de vuestros corazones juveniles, Yo estuve en la Universidad como de paso. Me dirigí a ella llevando en el pecho un manojo de las lenguas de fuego del incendio revolucionario.

Me cerraban la puerta ancha no solo los viejos profesores de la dictadura, también los nuevos de la Revolución falsificada. Tuve, por lo mismo, que entrar por la ventana, pero iba del brazo de la aurora. En mi conciencia alentaba la Re­volución. que era entonces una moza lozana y garrida, con algo de Minerva en la testa y en el brazo poderes como de Arcángel. Se ha pretendido que era yo entonces distinto del de ahora.

Nada más falso. Para mí la Re­volución no era una maestra rígida, ni podía serlo puesto que yo era de los encargados de crearle la doctrina. Precisamente tal iba a ser la función de la Universidad: poner claridades en un movimiento social naturalmente informe. Desde entonces sabía que un movimiento so­cial ajeno al sentido religioso de la Historia, no podía producir más que miseria y tiranía. Siempre de espal­das al partidarismo político, procuré definir la Revolu­ción como un sistema de creación y de franqueza. Por eso hablé sin recato de inspirar el movimiento social en un doctrinarismo cristiano de tipo que hoy parece mediocre, pero que entonces se hallaba en boga: el tolstoiano. No hay, por lo mismo, dualidad entre mi posición francamente cristiana de entonces, que consta en decla­raciones públicas que ya en aquella época rasgaban el convencionalismo partidista, y mi posición de ahora, que sostiene la necesidad de encauzar el desarrollo social dentro de las normas estrictas del Evangelio interpretado por las Encíclicas. Son los logreros de la Revolución los que han in­ventado la patraña de mis claudicaciones, para dar pretexto a la deserción que ellos consuman con su con­ducta.

No volveré a la Universidad ni a la acción pública oficial. La vida del hombre es corta y la tarea es in­mensa; sin embargo, realizable para todos aquellos que confían en la Promesa. No solo no volveré, sino que no volvería a cambio de tener que constreñir mi pensa­miento para ajustarlo a los moldes de una ideología burocrática o partidista. De la Universidad me echaron por fin, por la abertu­ra de los sótanos. pero no en derrota. No volveré en persona, pero la idea que está en el lema siempre hallará un claro por donde entrar. Una y otra vez, volverá a introducirse en las aulas, por el reflejo de las venta­nas, calla vez que la Universidad vuelva a estar en primavera. Jóvenes amigos: Ya muy pronto tendréis que im­provisar capitán. Yo os dejo mi bandera. El día es vuestro. actuad con vigor y con prudencia; reservad vuestras fuerzas porque la ruta es larga y muy ardua. Es ley misteriosa del destino, que la conquista del bien ha de costar dolor y sangre; pero el éxito es alterno. Mañana, en las horas del triunfo, las manos de las nuevas generaciones izarán el asta de otras banderas más gloriosas, bordadas, con las letras de oro de los principios eternos. Mi lábaro no estaba hecho para el lu­cimiento de los desfiles. Es un airón de combate. Nada importa que lo borren de las placas que escribe la adu­lación y de los membretes del papeleo burocrático y de los estandartes que encabezan las procesiones del servi­lismo. Mi en cargo es: que el actual escudo, con su lema, lo dejes plantado en la trinchera más expuesta y bajo el fuego tupido de la metralla.

*Fragmento del libro: "En el ocaso de mi vida" autor: José Vasconcelos.

POR MI RAZA HABLARÁ EL ESPÍRITU... ¿SANTO?

El lema de la UNAM es "Por mi raza hablará el espíritu" y fue creado por José Vasconcelos (llamado el maestro de América), él en su obra "En el Ocaso de mi Vida" dice que al espíritu que se refería era al Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad del cristianismo pues él era un ferviente católico, pero que ante la legislación laica vigente omitió la última palabra. Recordemos el marcado anticlericalismo del "paladín de las instituciones" Álvaro Obregón.

Vasconcelos después diría cual es la raíz del Espíritu al que se refiere en el lema.

En su discurso “Los motivos del escudo” pronunciado ante la Confederación Nacional de Estudiantes en 1953, el oaxaqueño Vasconcelos dijo:

"Usé la vaga palabra Espíritu que en el lema significa la presencia de Dios, cuyo nombre nos prohíbe mencionar, dentro del mundo oficial, la Reforma protestante que todavía no ha sido posible desenraizar de las Constituciones del 57 y del 17. Yo sé que no hay otro espíritu válido que el Espíritu Santo".

Comentarios recientes

25.11 | 00:55

Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura

16.11 | 05:32

Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.

28.10 | 14:04

Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.

Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.

23.10 | 15:49

Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.

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