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Carlos III y su esposa doña Leonor van a ser los artífices de la construcción del Palacio Real “que tenía tantas habitaciones como días el año”. El derroche económico, creatividad y capricho va a convertirlo en un palacio de ensueño, uno de los palacios más esplendidos de Europa en su época.
El Palacio es un complejo conjunto irregular de torres, estancias, galerías, jardines y patios que le confieren un aspecto anárquico y una singular silueta que sobresale sobre el caserío de la ciudad. A pesar de esa aparente anarquía el aspecto exterior es majestuoso.
Destacamos en las obras a Martín Périz de Estella, maestro mayor de mazonería y director de la obra de cantería, y al moro tudelano Lope el “Barbicano” encargado de las obras de carpintería. Acompañaron al monarca y conocieron los castillos franceses de la familia de Carlos III y los castellanos de la familia de la reina Leonor.
Mención especial merece Jehan Lome de Tournay, tallador de imágenes, que sería el escultor más destacado en las obras del palacio y en todo el reino de Navarra. Numerosos artistas y de muy diversa procedencia se encargaron de decorar elegantemente el Palacio: así, moros y franceses realizaron hermosas yeserías, moros tudelanos se encargaron de cocer ladrillos barnizados y azulejos, pintores catalanes decoraron las estancias, además de otros artesanos entre los que se encontraban vidrieros, tapiceros, bordadores, argenteros, relojeros y armeros.
Comienzan las obras a impulsos de doña Leonor en 1399, que mandó construir junto a la iglesia de Santa María la capilla de San Jorge y la “Cambra et morada” de la reina. A partir de 1400 Carlos III continuará las obras y seguirá de cerca el proceso constructivo. Primero se levanta el núcleo central donde se alojaba la gran cámara del rey y a partir de él se fueron añadiendo las principales construcciones: las cámaras del Rey y de la Reina, la galería de yeserías mudéjares, el Mirador del Rey de elegante tracería gótica, la torre del Homenaje, la torre del Aljibe, la torre Ochavada o de las Tres Coronas, la torre de los Cuatro Vientos y la torre de la “Joyeuse Garde”, atalaya, o del vigía. Especial cuidado se pone en la adecuación de cuidados jardines, como el Jardín de la Reina adosado a las cámaras reales, los patios inferiores de los Toronjales y la Pajarera, y amplios jardines exteriores con vides, frutales y exóticas flores.
Destaca el complejo hidráulico que dotaba de agua a los jardines. El agua venía por conducciones desde el Cidacos y era remontada a la torre del Aljibe por medio de un mecanismo con cangilones para ser distribuida por tuberías de plomo a las fuentes y jardines.
Jardines colgantes, toronjales (naranjos), gayolas (jaulas) de pájaros y ardillas, el estanque de la “taillada” con cisnes, aves de rapiña (azores y halcones) y jaurías de perros para las cacerías, y un verdadero zoológico: leones, un lobo cerval, un camello, varios gamos, un avestruz … incrementándose en tiempos del Príncipe de Viana con jabalíes, lobos, una jirafa, un papagayo y varios búfalos, completaban la imagen colorista y llena de vida y agitación de la Corte del rey Noble dándole un toque exótico.
Durante el reinado de Carlos III Olite gozó de paz, prosperidad y fastuosidad palaciega. Se celebraron varias veces Cortes del Reino. Aquí muere la reina doña Leonor en 1415 y diez años más tarde su esposo Carlos III. Grandes fiestas con muchos comensales y suculentos manjares, amenizadas por músicos y juglares, tenían lugar en las estancias del Palacio. Cacerías de venados en el monte encinar, caza de cetrería en los términos de “la Falconera” y torneos alegraban la vida cortesana, celebrándose también corridas de toros con motivo de importantes acontecimientos. También hay que añadir la actuación de prestidigitadores, equilibristas, maestros de esgrima, el entretenimiento con enanos, bufones y locos (simuladores), las danzas, representaciones, etc.
El Archivo General de Navarra – sección de Comptos Reales conserva los libros de cuentas de las obras del Palacio que nos hablan de los artistas y artesanos, materiales empleados, motivos decorativos, precios y salarios.
Además de Carlos III y doña Leonor otros personajes ligados a la vida en palacio fueron su hija Doña Blanca y su nieto Carlos Príncipe de Viana. El Príncipe pasó su infancia y aquí se celebró con suntuosidad su boda con la joven flamenca Agnes de Clèves. Siendo rey por derecho no pudo reinar por la ambición de su padre Juan II de Aragón y por la colaboración egoísta de su madrastra doña Juana Enríquez. El bando beaumontés, vinculado a la casa real por la sangre y las prebendas, siguió la causa del Príncipe de Viana y de su hermana, de trágico destino, doña Blanca, hasta la muerte de la misma en Orthez. Después pasó a servir a Castilla. La vida en palacio perdió su esplendor.
Una bella estampa nos proporciona el viajero alemán Muncer que se detiene aquí al tiempo de contraer matrimonio el Príncipe de Viana con Agnes de Clèves (1439).
“Caminando pues por dicho reyno, llegue a una buena ciudad llamada Olite en la cual estaba el principe que por entonces era Rey de Nabarra, puesto que el reyno entero le obedecia mas que a su mismo padre el cual andaba siempre enemistado con su pueblo. Llebome un heraldo ante dicho principe o Rey el cual era muy joben; tratome amistosamente; hizo lo que yo le pedi y mando que me condujesen al aposento de su mujer, que era de nacimiento de la casa de Clebes. El heraldo me hizo ber el palacio; seguro estoy que no hay rey que tenga palacio ni castillo mas hermoso, de tantas habitaciones doradas. Vilo yo entonces bien; no se podria decir ni aun se podria siquiera imaginar cuan magnifico y suntuoso es dicho palacio”.
El Palacio fue residencia ocasional de don Francisco Febo y su madre doña Magdalena, así como la de don Juan de Labrit y doña Catalina, los últimos reyes de Navarra. En 1512 se entregó al Duque de Alba.
Tras la conquista de Navarra en 1512 el palacio se convertirá en residencia de los virreyes al cuidado de un conserje o alcaide, según lo acordado en las cortes que Fernando el Católico convocó en Burgos en 1515. Durante la Edad Moderna fue mansión ocasional de los virreyes y escala esporádica de los monarcas españoles en sus contadas visitas a Navarra.
Por merced real se había autorizado (1556) a los marqueses de Cortes para ocuparlo por una renta anual de 50.000 maravedís y los oportunos gastos de reparación; su alcaldío fue concedido luego por juro de heredad a los Ezpeleta de Beire, que lo ostentaron hasta el siglo XIX.
Con el declive de la importancia política de Olite su uso va a ser menor y le va a llevar a una fase de deterioro continúo debido al abandono y lo costoso de su mantenimiento. Muchas de las notas de ésta época se refieren a los gastos de las reparaciones y arreglos sucesivos.
En 1542 para en Olite el propio Emperador Carlos, en momento delicado para las fronteras, amenazadas por Francia. Posteriormente hará estancia en Palacio Felipe II (1592) y otros monarcas visitarán la ciudad en sus desplazamientos por el norte: Felipe IV en 1646 y Felipe V en 1719. Alfonso XII y Alfonso XIII conocieron el Palacio en ruinas.
En 1718 el virrey de Navarra hizo la propuesta de enajenar los palacios de Olite y Tafalla con sus tierras anejas. Su objetivo era recaudar fondos debido a la gran penuria de la hacienda después de la Guerra de Sucesión. Ofrecía como aliciente los privilegios de los palacios de cabo de armería, exención de cuarteles, asiento en cortes y demás beneficios de que gozaban estos solares. La venta no prosperó.
En 1739 con motivo de la visita de la reina viuda doña Ana de Neoburg se realizan diversas reparaciones. A los pocos meses llega a Navarra la infanta francesa Luisa Isabel de Borbón, hija de Luis XV, que, en virtud de uno de los pactos entre ambas monarquías, iba a casar con el infante don Felipe y ser futura Duquesa de Parma.
Durante la Guerra de la Convención el Palacio es utilizado como almacén por el ejército y contribuye a su deterioro. Un incendio, provocado durante la preparación del rancho de los soldados instalados en la Torre de la Prisión (Torre de las Tres Coronas), destruye buena parte de los ricos artesonados y techumbres. Es el preámbulo de próximas desgracias.
Es en la Guerra de la Independencia cuando recibe el golpe de gracia que le llevará a su casi completa destrucción.
En febrero de 1813 el general Francisco Espoz y Mina ordena prenderle fuego y destruirlo con pretexto de que los franceses no se hicieran fuertes en él. El parte que dirigió al general Mendizábal en 16 de febrero de 1813 dice:
“Así ha fenecido el sitio y la plaza de Tafalla, y tal ha sido el resultado de su guarnición, después de tres años de pacífica posesión, a la que jamás pude oponerme por falta de artillería. Concluida esta operación he mandado demoler el fuerte y destruir todas las obras de fortificación, así un convento inmediato que fue de recoletas y un palacio contiguo por considerarlo el enemigo. Lo que igualmente he execuitado con otro Convento y palacio de Olite, a fin de tener expedita la carretera desde Pamplona a Tudela, y obviar que el enemigo pueda cobijarse”.
Por espacio de más de un siglo el palacio estuvo expuesto al abandono y buen número de sillares pasaron a formar parte de edificios y obras particulares. El conde de Ezpeleta siguió en posesión del Palacio Real y su administrador Señor Lacalle, con un taller de carpintería, un granero, dos bodegas y un corral de ganado lanar en su interior.
El poeta Gustavo Adolfo Bécquer fue testigo del deplorable estado en que se encontraba el Palacio, recogiendo sus impresiones en un bellísimo y evocador ensayo escrito durante su estancia en Olite.
“Una vez la fantasía templada a esta altura, fácilmente se reconstruyen los derruidos torreones, se levantan como por encanto los muros, cruje el puente levadizo bajo el herrado casco de los corceles de la regia cabalgata, las almenas se coronan de ballesteros, en los silenciosos patios se vuelve a oír la alegre algarabía de los licenciosos pajes, de los rudos hombres de armas y de la gente menuda del castillo, que adiestran en volar a los azores, atraíllan los perros o enfrenan los caballos. Cuando el sol brilla y perfila de oro las almenas, aún parece que se ven tremolar los estandartes y lanzar chispas de fuego los acerados almetes; cuando el crepúsculo baña las ruinas en un tinte violado y misterioso, aún parece que la brisa de la tarde murmura una canción gimiendo entre los ángulos de la torre de los trovadores, y en alguna gótica ventana, en cuyo alféizar se balancea al soplo del aire la campanilla azul de una enredadera silvestre, se cree ver asomarse un instante y desaparecer una forma blanca y ligera”.
El pintor Jenaro Pérez Villaamil plasma en sus grabados el Palacio en ruinas y anota la saca diaria de ocho carretas de piedra por él presenciada.
En 1888 el Ayuntamiento quiso instalar sus dependencias dentro de Palacio, sin llevarse a efecto.
Las destrucciones y abandono en que quedó el Palacio llevó a Juan Iturralde y Suit a escribir: “El pueblo que mira indiferente los monumentos de sus pasadas glorias, es indigno de ocupar un lugar en la historia, y doblemente criminal, cuando el pasado es tan brillante y glorioso como el del antiguo Reino de Navarra”.
El palacio fue adquirido en 1913 por la Diputación Foral de Navarra. En 1923 convocó un concurso entre arquitectos resultando ganador el proyecto de los hermanos José y Javier Yárnoz Larrosa y en 1937 comenzó su reconstrucción de la mano José Yarnoz.
Comentarios recientes
25.11 | 00:55
Jorge gracias, esa es la idea de este blog, compartir datos históricos y otros divertidos, siempre con la idea de cultura
16.11 | 05:32
Verdaderamente ilustrativo, gracias por compartir estas enseñanzas.
28.10 | 14:04
Leí hace años de una mujer a la que le habian desaparecido varios empastes y tenia esos dientes sanos.
Además, existen una serie de fotografias, de logos en vehículos, que atestiguan la veracidad.
23.10 | 15:49
Los Griegos ganaton a los Atlantes-Iberos.